Joaquín
La oficina de Felipe se sentía como una cárcel.
El abogado seguía tecleando con rapidez en su computadora portátil, y mi paciencia ya estaba al límite.
Estaba mirando por la ventana mientras tamborileaba los dedos contra el marco. Todo esto me tenía demasiado ansioso, pero, por suerte, escuché el sonido de la impresora.
—Listo —anunció Mario, levantando los papeles y colocándolos frente a mí en el escritorio de Felipe—. Aquí tiene, señor Salinas. Solo falta su firma y la de su madre, pero creo que eso no será un problema.
—¿Eso es todo? —pregunté, mirando los documentos con un escepticismo que no podía evitar.
Mario asintió.
—Eso es todo. Con esto, la cláusula de relaciones entre empleados queda revocada. Usted es el CEO, señor. Con su firma y la de su mayor accionista basta para implementar cualquier cambio en la empresa.
Felipe había estado sentado con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en sus manos todo el tiempo, al escuchar a Mario levantó una ceja.
—¿Estás segur