Angélica
Me senté en la pequeña mesa junto a la ventana de la cafetería.
Frente a mí, la empresa de Joaquín parecía tranquila, pero yo sabía que dentro de ese edificio, mi hijo estaba lidiando con más de lo que le gustaría admitir.
Era una pena que no pudiera entrar y resolverlo todo por él, pero bueno, ya estaba haciendo lo mío.
Miré el reloj en mi muñeca.
Había llegado diez minutos antes, por supuesto. Puntualidad era cortesía, y además, quería evaluar el ambiente antes de nuestra charla.
Justo cuando me acomodaba el cabello, vi a Estela entrar por la puerta de la cafetería.
Su cabello perfectamente arreglado, su traje impecable... la imagen viva de una mujer que mandaba en su industria.
—¡Angélica! —dijo ella al verme, con una sonrisa que brillaba tanto como sus pulseras de oro.
Me levanté con gracia y extendí los brazos para abrazarla.
—Estela, querida. Gracias por venir tan rápido.
Nos abrazamos con el típico saludo de amigas que casi nunca se ven pero actúan como si se vie