Hellen permaneció sentada junto a la cama unos minutos más, observando el rostro pálido de Nicolás. Su respiración era débil pero constante, el sonido de las máquinas a su alrededor le recordaba que, por ahora, él seguía con ella. Se obligó a soltarle la mano lentamente, como si temiera que al hacerlo su esposo pudiera escapársele entre los dedos.
Afuera, en el pasillo, varias personas esperaban turno para verlo. Todos querían darle palabras de ánimo, desearle una pronta recuperación, demostrarle que no estaba solo. Hellen entendía ese deseo, pero su corazón no estaba preparado para apartarse de él. Sin embargo, sabía que no podía monopolizar el tiempo. Con un suspiro resignado, se levantó y se dirigió a la puerta.
Antes de salir, se volvió a mirarlo una última vez. El pitido constante del monitor parecía decirle: todavía está aquí, todavía lucha. Esa idea le dio fuerza para salir.
Al poner un pie en el pasillo, su teléfono vibró. Era una llamada de su padre.
—¿Cómo está Nicolás? —pre