Tatiana estaba sentada en el sofá de terciopelo blanco, con la mirada perdida en la pantalla de su celular. Las notificaciones no paraban, pero ninguna era de sus antiguas amigas. Algunos mensajes eran burlas disfrazadas de preocupación, otros eran insultos directos. El escándalo en el que estaba envuelto su esposo había salpicado su nombre, y la alta sociedad no perdonaba fácilmente.
Soltó un suspiro cargado de frustración y rabia contenida. Esa noche se celebraría la gala benéfica más importante del año, y por primera vez, no estaba invitada. Ni siquiera una mención, nada. Era como si jamás hubiera existido en esos círculos sociales.
La puerta del apartamento se abrió con brusquedad. Su esposo, Marcel, entró con el rostro endurecido. Arrojó su maletín sobre la mesa y se quitó la corbata con movimientos bruscos.
—¡Esto es tu culpa! —le gritó apenas la vio. —No me invitaron a la gala por el escándalo mediático en el que estas metido.
—¡Ya nadie quiere hablarme! Los inversores me están