El eco de los tacones en el mármol no parecía desentonar con la sobria elegancia del edificio Lancaster. La mujer caminaba con la seguridad de quien conoce perfectamente el poder de su presencia. El blazer color marfil abrazaba su figura con precisión quirúrgica. Nada estaba fuera de lugar: ni el moño bajo perfectamente hecho, ni la blusa blanca que insinuaba más de lo que mostraba, ni el sutil carmín que adornaba sus labios.La recepcionista la miró de reojo, como se mira a una amenaza velada.Ella, en cambio, sonrió con delicadeza. Nadie desconfía de una mujer que sonríe con los ojos.Nicolás llegó unos minutos tarde, lo cual no era habitual en él. Iba absorto en sus pensamientos, con la mirada perdida entre la rutina y las palabras no dichas de la mañana. Hellen se había despedido de él con un gesto ambiguo, de esos que no duelen... pero tampoco tranquilizan.El ascensor se abrió. La puerta de su oficina estaba entreabierta.Frunció el ceño.Al empujarla, la vio.De pie, frente a l
La mañana estaba vestida con una brisa suave y un sol que no terminaba de decidir si quería calentar o esconderse. Cecilia había insistido en que necesitaban un respiro, un momento entre amigas lejos de los escándalos, los titulares venenosos y los suspiros callados de Hellen. Así que eligió el café de siempre, ese rincón elegante de la ciudad donde los capuchinos sabían a escape y los postres eran terapia en forma de azúcar.—Pide lo que quieras, yo invito —dijo Cecilia, dejando su bolso sobre la silla con una elegancia automática, como si estuviera en una pasarela invisible.Hellen sonrió levemente, agradeciendo el gesto. Estaba cansada. No físicamente, sino en ese nivel profundo donde se alojan las emociones no resueltas. Donde el corazón late, pero no por amor, sino por la duda.—No es tan sencillo, Ceci —susurró después de pedir un té de jazmín—. A veces lo odio, otras veces me descubro pensándolo con ternura. Me juré no perdonar… pero lo veo, me habla, me toca y no sé si es rabi
Las puertas de la enorme mansión se abrieron con un golpe seco, retumbando por los pasillos como un trueno contenido. Tatiana entró hecha una tormenta vestida de seda, con los labios temblando de rabia y el cabello cayendo en ondas desordenadas por su rostro pálido. La empleada doméstica que pasaba con una bandeja se hizo a un lado sin decir palabra; sabía leer los gestos de su jefa, y ese rostro no anunciaba nada bueno.Los tacones de Tatiana resonaron sobre el mármol como metralla. Cruzó el vestíbulo sin detenerse, la mirada fija al frente, ignorando todo a su alrededor. Al llegar a la sala, su vista se posó en un jarrón de cristal azul celeste que reposaba sobre una mesa antigua. Era una pieza francesa del siglo XIX, un obsequio de bodas. Sin pensarlo dos veces, lo alzó con ambas manos y lo estrelló contra el suelo.El estrépito llenó el aire. Trozos de vidrio volaron en todas direcciones, brillando como esquirlas bajo la luz del mediodía. La respiración de Tatiana era irregular, s
Hellen había regresado para celebrar el cumpleaños de su novio. Habían pasado tres largos años desde que partió, y no veía la hora de reencontrarse con la persona que amaba.Llevaba un pastel de cumpleaños entre sus manos, segura de que la sorpresa sería inolvidable. Marcel y ella planeaban casarse en unas semanas, y su regreso marcaba el inicio de los preparativos para la boda.El ascensor se detuvo, y Hellen caminó con elegancia por los pasillos del lujoso edificio. Marcel pertenecía a una de las familias más acaudaladas de la ciudad, y eso siempre le había dado un aire de perfección a su relación.Una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginar su reacción. “Seguro estará tan emocionado de verme”, pensó mientras colocaba la llave en la cerradura. Las luces del apartamento se encendieron automáticamente al entrar.Caminó hasta la mesa del centro de la sala, dejó el pastel con cuidado y apagó las luces de nuevo. Luego se escondió en la habitación, esperando ansiosa el momento de l
—¡¿Qué dices, papá?! —exclamó Nicolás, molesto—. Esto debe ser una broma de mal gusto. Vine para hablar sobre el futuro de la empresa, no de matrimonio.Roger soltó un suspiro pesado. Convencer a su hijo de casarse era algo realmente complicado. Nicolás, con 29 años, joven, elegante y muy apuesto, tenía muchas mujeres a su merced esperando por su atención.Pero su hijo ni siquiera se dignaba a mirarlas, y eso le preocupaba. No le conocía ni una sola novia. Necesitaba nietos. No quería morir sin conocer a los próximos herederos de la fortuna Lancaster. Su hijo realmente necesitaba una familia.—Lo lamento, pero estoy envejeciendo. Quiero verte casado, con una familia. ¿Acaso mis deseos no te importan? Moriré pronto y no tendré la dicha de conocer a mis nietos.Nicolás no sabía qué decir. Era la quinta vez que su padre insistía en que se casara, pero no estaba interesado en formar una familia.Miró a su asistente de reojo. Notó que el joven tecleaba algo en la computadora, aparentem
Hellen estaba de pie frente a la enorme mansión de su actual esposo. Había firmado el acta de matrimonio esa misma mañana.Ingresó al lugar con paso firme, su andar elegante reflejaba la seguridad que siempre la había caracterizado. Su cabellera negra, que caía hasta su cintura, brillaba bajo la luz, y sus ojos verdes, tan intensos como dos esmeraldas, se pasearon con curiosidad por la sala de estar.Era una mansión impresionante, digna de una mujer como ella. Sin embargo, su expresión se tensó al notar que no había rastro de Nicolás. ¿Acaso había olvidado que ella llegaría esa tarde?—Señora, soy el mayordomo. Lamento informarle que el señor Lancaster no vendrá esta noche. Tiene mucho trabajo. Por favor, sígame, le mostraré su habitación.Hellen frunció el ceño. ¿Cómo era posible que su esposo la ignorara el mismo día de su boda? Aquello era inadmisible.—¿Dónde está mi esposo? —preguntó con evidente molestia.Había crecido acostumbrada a ser el centro de atención. Era una mujer
Hellen ingresó caminando de manera elegante, su belleza capturó la atención de los presentes; nunca pasaba desapercibida, y ella lo sabía.La recepcionista la miró de pies a cabeza con algo de envidia. No podía permitir que una mujer como esa estuviera en las instalaciones, podía llamar la atención del jefe.La joven se acercó, visiblemente molesta, mientras miraba su celular constantemente.—¡Buenas! ¿Me indica dónde se encuentra la oficina del señor Lancaster, por favor?Dina la observó con desprecio, frunciendo los labios y soltando un suspiro de fastidio.—¿Señorita, tiene una cita? —preguntó con frialdad.—No, pero necesito hablar con el señor Lancaster. Es de suma importancia.—Y yo soy la reina de España —respondió Dina con sarcasmo—. Si no tiene una cita, será mejor que se marche.Hellen la miró con irritación. No era necesario que la trataran de esa manera, y ella no iba a permitirlo.Continuó avanzando, ignorando los gritos de la mujer. Esa estúpida no sabía con quié
Hellen se encontraba furiosa. Estaba segura de que su esposo había escuchado cuando gritó su nombre y simplemente la había ignorado.¿Acaso pensaba ignorarla durante todo el matrimonio? Ella había aceptado casarse por despecho, no por amor. Quizás se había apresurado.Caminaba de un lado al otro en la mansión. Había amanecido en el sofá, con varias botellas de alcohol a su lado.Sentía un dolor punzante en la cabeza. Escuchó pasos acercándose, levantó la mirada y observó a Cecilia. La mujer se acercó rápidamente, parecía preocupada.—¿Estás bien, Hellen?Hellen trataba de recordar lo que había sucedido después de empezar a beber, pero su mente estaba en blanco.—Lo estoy —murmuró, llevándose las manos a la cabeza.—Anoche me llamaste, estabas llorando. ¡Y ahora me dices que nada sucedió!Hellen no recordaba haber llamado a su mejor amiga. Quizás, en el calor de las copas, había cometido una locura.—¿Qué fue lo que dije? —preguntó, apenada, mientras se frotaba la frente.Ceci