Hellen estaba en un restaurante elegante del centro, sentada en una de las mesas más apartadas del salón. Llevaba ya quince minutos esperando a Katerin. A su alrededor, el murmullo de los demás comensales parecía lejano; su mente solo pensaba en la información que estaba por recibir.
Los minutos parecían eternos. Jugaba con la servilleta de tela sobre la mesa cuando, por fin, vio ingresar a la mujer. Katerin llevaba gafas oscuras, un gorro bajo y una bufanda pese al clima cálido. Caminaba con evidente nerviosismo. Al verla, Hellen se levantó y la saludó con un gesto. Katerin se quitó los lentes oscuros, dejando al descubierto un ojo morado y un rostro visiblemente cansado.
—Necesito que me asegures que me vas a proteger —dijo en cuanto se sentó.
—Si me das lo que necesito, puedo hacerlo —respondió Hellen con tono serio—. Pero debe ser información valiosa. Información que me ayude a terminar esto.
Katerin asintió con la cabeza. Temblaba un poco mientras el mesero se acercaba con dos co