Una punzada aguda en el centro del pecho fue lo primero que sentí, como un aviso cruel de que la realidad volvía a asentarse sobre mí. Esa misma punzada fue la que me arrastró fuera de la oscuridad, despertándome poco a poco.
Sentí cómo mi cuerpo estaba sumido en una pesadez abrumadora, una especie de letargo de plomo que hacía que mover un solo dedo pareciera una tarea titánica. Me dolía todo. Las extremidades, el cuello, incluso las pestañas me pesaban.
Poco a poco, forcé mis ojos a abrirse. Lo primero que vi fue el techo alto y liso, pintado de un gris suave. Reconocí las molduras minimalistas. Era el techo de nuestra habitación en el Obsidian. Moví la cabeza un poco, luchando contra la rigidez de mi cuello, mirando hacia los lados.
A primera vista, no había nadie. La habitación estaba en completa oscuridad, con las cortinas blackout cerradas herméticamente. Pero entonces, mi vista periférica captó algo. Había una sombra arrimada a un lado de la cama, sentada en el suelo o en una s