La última nota del piano se desvaneció en el aire, seguida de un aplauso cortés y moderado por parte de los comensales. La burbuja mágica en la que Damián y yo habíamos estado flotando se rompió suavemente, devolviéndonos a la realidad del restaurante.
Volvimos a la mesa. Yo me sentía ligeramente agotada, con la respiración un poco agitada por la emoción y el movimiento. Sentía una fina capa de brillo sobre mi piel, producto del calor de los cuerpos y la intensidad del momento.
Apenas nos sentamos, Damián, siempre observador, tomó una servilleta de tela blanca inmaculada y me la tendió con discreción.
—Ten —murmuró.
Le agradecí con la mirada y me di pequeños toques en la frente y el cuello, secando las imperceptibles gotas de sudor antes de que arruinaran mi maquillaje.
—¿Quieren pedir algo? —preguntó Damián, tomando el menú forrado en cuero que descansaba sobre la mesa y abriéndolo con autoridad—. Ya es hora de cenar.
Katherine soltó un pequeño grito de emoción, batiendo las pestañas