Lyra suspiró aliviada al ver a Artemisa salir del departamento. Sin embargo, guardó silencio. La alegría con la que minutos antes preparaba las cosas de trabajo para Kael se había desvanecido por completo.
Caminó directo a la cocina sin decir una palabra, atrapada en sus pensamientos. No podía imaginar qué era lo que Kael estaba hablando con Artemisa; la sola idea le revolvía el estómago.
Tomó un trapo y empezó a limpiar el mesón con movimientos mecánicos, consumida por los celos. Artemisa era hermosa, elegante, rica… y lo peor de todo: Kael la había amado.
¿Y si todavía sentía algo por ella? ¿Qué sería de Lyra entonces?
Arrojó el trapo lejos, llena de frustración, y parpadeó varias veces para contener las lágrimas.
—Lyra, ya es hora de descansar —dijo Kael desde la sala.
Pero ella no respondió. Permaneció en silencio.
Después de todo, ella lo había salvado, le había entregado todo… y él, desagradecido, seguía aferrado al recuerdo de Artemisa.
«Maldito ingrato, debí dejarte en el bos