Lyra la reconoció de inmediato. El corazón le dio un vuelco, latiendo con fuerza descontrolada. ¿Qué demonios hacía Artemisa allí? pensó, frustrada.
La sola presencia de Artemisa tan cerca le nublaba el juicio. Durante el tiempo que Lyra trabajó en el reino, ella se había encargado de hacerle la vida imposible, abusando de su posición para tratarla como si fuera una esclava. Sabía perfectamente lo que Lyra sentía por Kael, y por eso, con saña calculada, le asignaba tareas que la obligaban a estar cerca de él. No era que le importara competir —sabía que no tenía rival—, solo quería que Lyra sufriera. Y vaya si que lo logró: la convirtió en el blanco de burlas, en la víctima de los desprecios del Alfa, y lo disfrutaba.
Las mejillas de Lyra se encendieron. La puerta, que seguía entreabierta, dejó ver la silueta de Artemisa en el umbral. Allí estaba, altiva, con esa arrogancia que la hacía parecer aún más imponente, escudriñando el lugar con desprecio.
Lyra apretó los puños hasta marcars