Kael enseñaba a los pequeños algunos aspectos de la compañía. Aunque aún eran niños, él creía firmemente que debían empezar a prepararse para el momento en que tuvieran que asumir responsabilidades. Pero cuando Lyra entró en la habitación, algo cambió. Sintió de inmediato su energía apagada, como si una sombra la envolviera.
Se levantó de su asiento con rapidez. Su lobo interior aulló, inquieto, alertándolo de que algo estaba pasando con Lyra.
—Cariño, ¿estás bien? —preguntó al acercarse, con la voz cargada de preocupación.
Lyra estaba fría al tacto, pálida, con la mirada perdida. Intentó disimular, forzando una sonrisa.
—Estoy muy bien, Kael. ¿Y tú? ¿Cómo estás? —respondió, con un tono más distante de lo habitual. Pese a lo que había hablado con los miembros del consejo, no podía evitar que la decepción asomara entre sus palabras. Saber lo que Kael había hecho en su ausencia la estaba lastimando, era lógico, quería la felicidad de Kael, pero le dolía que él, aun estando con ella, qu