Kael comenzó a sentirse mareado tras beber. Perdía el control de su cuerpo, tambaleándose de un lado a otro como si realmente estuviera ebrio. Los miembros de la manada observaban en silencio, intercambiando miradas y murmurando burlas sobre su estado.
—Es tu oportunidad, Artemisa —dijo Martian, entregándole una diminuta cámara de video. Ella la guardó con disimulo en su bolso y se acercó al Alfa con cautela.
—Cariño, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
Kael apenas podía distinguirla. Su visión era borrosa y su olfato, entorpecido. Solo sacudió la cabeza, confuso.
—¡Déjame en paz, loba! —gruñó, intentando mantenerse en pie sin éxito.
—Vamos, Alfa, estás borracho —murmuró Artemisa, tomándolo del brazo. Alzó la vista hacia algunos miembros del consejo, que acudieron en su ayuda para subirlo al auto que ella tenía preparado. Durante el trayecto, Kael cayó en un sueño profundo. La poción que había ingerido era potente y anuló cualquier capacidad de reacción.
Lo llevaron hasta la cabaña de Artemisa