—Solo vas y le preguntas qué quiere realmente a cambio, no vas a conseguir ese dinero, además ella estaba loca por ti, no creo que, aunque hayan pasado años, simplemente te hubiera olvidado.
—Ella me dejó, ¿Entiendes? — Era la primera vez que Santiago lo decía en voz alta, porque, aunque lo quiera negar una y otra vez, Fernanda Del Castillo, lo había dejado y marcado para siempre, porque ninguna otra mujer había conseguido hacerlo sentir ni la mitad que ella hacía, porque luego de su repentina partida, nada volvió a ser igual, la vida seguía, pero él siempre sintió esa sensación que algo le faltaba, sin embargo, jamás se había atrevido a decir que era ella, la causante.
—Ni que fueran pareja como para dejarte, siempre dijiste que era un buen polvo, alguien accesible, la incondicional. Ahora que lo pienso, la vez que pusieron esa canción en el karaoke, saliste hecho una furia, porque no aguantabas ni un puto chiste.
Santiago, preso de la frustración, llevó las palmas de sus manos abiertas a su rostro, la presión, la rabia, el fastidio, el sentirse acorralado y sin salida, como un ave enjaulada que no puede abrir sus alas.
—Me tiene en sus manos. Fernanda puede hacer conmigo lo que se le da la gana, soy su maldito peón, ella no es la misma chiquilla de hace años. Tú no viste su mirada, ella me odia, no sé qué planea, pero te aseguro que no será nada bueno para mí. ¡Maldición, ¿por qué?! — Dando golpes sobre la mesa de aquel bar. Llamando la atención de los asistentes.
—Yo que tú, me doy de topes contra la mesa, así no conseguirás nada, lastimosamente como tú dices, te tiene en sus manos, solo hay que esperar.
Santiago bebió de solo trago el resto del contenido de su vaso. Era un licor amargo y añejo, de esos que pueden tumbar hasta un caballo, pero frente a todo lo que le pasaba, parecía agua pasando por su garganta.
Cuando su madre lo vio llegar, no podía creerlo. Se supone que dijo que no volvería a beber; sin embargo, estaba ahí tambaleándose, casi sin poder mantenerse en pie sin ayuda.
—Mi cielo, se supone que no ibas a beber, luego de lo que le pasó a tu padre, porque eres así, niño.
—No soy un niño, por favor déjame en paz, solo esta noche—Aparto la mano de su madre de su lado, no quería la compasión o los reproches de nadie, mucho menos de su madre, que por confiada lo orillo a que su mundo, se pusiera de cabeza, a que la situación fuera tan sofocante que sea el quién termine asfixiándose.
—Hijo, por favor, lo siento mucho, tu madre fue una tonta, por favor, algún día debes perdonarme —con lágrimas en los ojos, tratando de tocarlo.
—Ya es tarde para llanto, mira en lo que me has convertido. ¿Contenta? Mírame, tengo que beber para que esto arda menos, tengo que anestesiar mi cerebro para que olvide, que deje mis sueños atrás, que soy lo que no quiero ser. ¿Recuerdas que era lo que yo quería?
—Hijo, qué lindo pintas.
—Mami, de grande quiero ser como Picazo, mira, así será mi firma, guárdala, mami, que será muy costosa, como la de los grandes artistas.
—Mi niño, mamá, hará que todos tus sueños se hagan realidad.
—¿Lo prometes, mami?
—Claro, mi amor, mamá, hará todo por ti —acariciando su rostro y mirándolo de una manera dulce, como solo una madre puede hacerlo.
—Ni siquiera lo recuerdas, ahí va el premio para la madre del año, la gran señora Montiel, la ludópata en recuperación —esa última frase lo dijo haciendo comillas con los dedos, resaltando que no creía ni una palabra.
—Hijo, te he perdido perdón muchas veces, ten compasión de tu madre, por favor.
—Qué graciosa señora—Tuvo que sostenerse de la mesa, por qué estuvo a punto de caerse— y de mí ¿Quién la tiene? —Término sentándose en el sofá ya cansado de todo, de su vida, de hablar con su madre, muchas cosas se había callado, pero parecía que el alcohol le había dado ese valor que le faltaba o le había quitado cobardía que le sobraba, después de todo sabía perfectamente lo que su madre había sufrido con el accidente de su padre y la enfermedad que lo aquejaba, lo culpable que se sentía todo el tiempo, la carga que ella también tenía.
—Hijo, ¿algún día perdonarás a mamá? —Mientras lo contemplaba, este solo dormía acurrucándose en sus propios brazos.
A la mañana siguiente despertó con un dolor de cabeza, como si en su cerebro estuvieran construyendo un edificio. Se dio cuenta de que apenas había amanecido y que traía una manta sobre su cuerpo, además de que había puesto sus pies sobre un pequeño mueble y que también le habían quitado los zapatos.
—Hola, cariño, tómate esta agua con limón, además te traje unas aspirinas para el dolor de cabeza.
—Mamá, no recuerdo ni cómo llegué aquí. ¿Hice o dije algo fuera de lugar? ¿Por qué tienes los ojos hinchados, has estado llorando?
De pronto se levantó de golpe, preguntando por su padre, pero su madre lo tranquilizo, le dijo que no era nada de eso, solo se sentía nostálgica, cosas de la edad, mientras que en el fondo agradecía que su hijo fuera de ese tipo de borrachos que cuando bebía no recordaba nada, porque sabía que después de todo que cuando recordara sus palabras, se sentiría culpable y sufriría.
…
—Mamá, ¿qué haces?
—Pensé que te habías ido, bueno, yo.
—¿Qué hace ese señor con tu anillo de bodas?
—Su madre lo taso en mi joyería la vez pasada, le ofrecí un muy buen precio.
—¿De qué rayos habla? Ella no va a vender nada. —Tomó a su madre del brazo y la llevó al patio trasero de la casa, necesitaba saber qué era lo que estaba pasando.
—Hijo, por favor, debo regresar a la sala y terminar de hablar con el señor.
—Es el anillo de bodas que añorabas, el anillo que le darías a una de mis hermanas cuando se casara, no puedes estar hablando en serio, madre.
—Hijo, tu hermana acaba de llamar me dijo que no la dejaron entrar a la universidad porque se juntaron varios meses sin pagar además la cuenta del hospital de tu padre se está acumulando, hace unos días llegaron papeles de aviso de embargo de la casa, tal vez no consiga mucho, pero en algo aliviara, después de todo, es solo un objeto, lo material no nos puede definir, esto es para un bien mayor. — Eso decía de la boca para afuera, porque por dentro solo quería llorar añorando los tiempos pasados, cuando en el altar con ese anillo se juró amor eterno con el único hombre que había amado toda su vida.
—No lo voy a permitir, ¡Jamás! Así tenga que vender mi alma al diablo, no dejaré que hagas una locura como esa, haré lo que tenga que hacer.