—Hola suegrita, un gusto volver a verla, después de tantos años—La cara de la señora Montiel, era de asombro, no entendía que sucedía o como, trataba de reconocerla, pero le era muy difícil, había algo, pero no estaba segura, por qué sería imposible que fuera la pequeña, porque ante ella estaba una mujer, alta, exuberante, que con cada poro de su piel, brotaba seguridad, además que esa cabellera roja, ese fuego, era imposible de confundir.
—¿Disculpa?
—Soy Fernanda Del Castillo.
—¿Fernandita? ¡Oh por Dios! —La abrazó fuerte, y lleno de besos, acarició su rostro y la observó con mucho cariño y nostalgia. Ya no era aquella chiquilla de lentes y trenzas, que estaba hecha toda una mujer. Pero luego entró en razón, ¿suegrita? Pero no pudo terminar de procesar todo, cuando entraba por esa misma puerta. Santiago, quien, al ver el auto de Fernando, llegó corriendo, estaba arreglando el jardín en ese instante. Solo habían pasado veinticuatro horas y ella ya lo estaba presionando.
—¿Qué haces a