El sol de la tarde caía pesado sobre la pista privada de aterrizaje de la Hacienda Jaguar, ubicada en la calurosa ciudad de San Juan Bautista, Capital Departamental. El aire denso y tibio envolvía la escena con el característico aroma de la tierra guaraní, un perfume a vegetación húmeda y campo recién labrado que hacía inevitable la sensación de hogar para las tres mujeres que acababan de descender del avión privado.
Lilith, Loren y Susan bajaron por la escalerilla del avión con un porte elegante pero relajado. No habían puesto un pie en suelo paraguayo cuando ya el despliegue de seguridad estaba en pleno movimiento. Hombres vestidos de negro con gafas de sol recorrían cada rincón de la pista, asegurándose de que la Dama de la Mafia estuviera totalmente escoltada. Había una coordinación casi coreografiada en los movimientos de los guardias, una muestra de la jerarquía que regía en aquel mundo donde el peligro siempre acechaba.
El calor insoportable no tardó en hacer estragos en ellas.