La música sacudía las paredes del salón como un latido salvaje. El humo de los cigarros flotaba en espirales densas, mezclándose con los aromas del licor derramado y el sudor de cuerpos extasiados. Voces, risas, gritos. El desenfreno de la fiesta alcanzaba su punto más alto. Y entre esa multitud, ella danzaba.
Lilith.
Vestida con rojo fuego y tacones que golpeaban el suelo al ritmo del bajo, su silueta ondulaba con una gracia que rayaba lo prohibido. Cada movimiento suyo tenía la cadencia de una serpiente encantadora. Su cabello castaño giraba con ella, enredándose en su espalda desnuda, su boca dibujaba una media sonrisa que parecía esconder secretos impuros. Pero no eran sus curvas ni su vestido lo que mantenía a Kamill en vilo. Era su poder. Su sensualidad desbordada. Su fuego.
Desde su rincón en la penumbra, con un vaso apenas tocado en la mano, Kamill no apartaba la mirada. Ojos verdes como los de una fiera escondida entre las sombras. Estáticos. Intensos. Casi furiosos. Su port