Kamill descendió del avión con pasos firmes, la brisa cálida de la noche acarició su rostro con un dejo de desafío. Sus ojos esmeralda se alzaron para recorrer el terreno con detenimiento, escaneando cada punto de seguridad desplegado alrededor. Conocía bien el protocolo de territorios como aquel.
A unos metros, una silueta femenina se perfilaba contra la luz de los reflectores de la pista. Lilith Ambrosetti.
Vestida con pantalones ajustados y una blusa ligera, con su cabello castaño recogido en una coleta alta, irradiaba la misma presencia imponente de siempre. La yegua blanca resopló suavemente a su lado, como si también percibiera la tensión en el aire.
Kamill sonrió con un dejo de burla. Por supuesto que tenía que ser ella.
Lilith se acercó con pasos tranquilos, pero sus ojos avellana brillaban con peligro. Sus guardaespaldas se mantuvieron a una distancia prudente, listos para intervenir si ella lo ordenaba.
—Déjennos solos —ordenó Lilith sin apartar la mirada de Kamill.
Hubo un