7. "La frontera del miedo".
Afuera, Elian arrojó su mochila al suelo y respiró hondo, furioso.
—¿Cómo pude permitir que esa niña me humillara? —murmuró, pateando con rabia la mochila.
Sin embargo, a pesar de su enojo, no pudo alejarse. Se dejó caer sobre el pasto húmedo, derrotado por la confusión. El rostro de Soledad no abandonaba su mente. Sus palabras lo habían herido más de lo que admitiría, y aunque deseaba marcharse, algo en él lo obligaba a quedarse. El peligro era real, y no podía dejarla sola.
Pasaron las horas. Bajo la luz pálida de la luna, Elian permanecía en silencio, apoyado en el tronco de un árbol. De pronto, una luz se aproximó a la casa. Se puso de pie de inmediato, con los sentidos alerta. Sacó su arma y se internó en la oscuridad hacia la fuente de luz.
Guardián comenzó a ladrar con fuerza.
Elian olfateó el aire: cigarro. Solo una silueta. Sin pensarlo, se lanzó sobre el intruso y lo derribó de un golpe certero. El hombre intentó defenderse, pero Elian fue más rápido. Aun así, no vio venir