Inicio / Romance / Tácticas del amor / 5. "Lo que no debería doler".
5. "Lo que no debería doler".

Sol le dijo a su primo que Elian era un amigo que conoció mientras cazaba con su abuelo, asegurando que era militar. Lo dijo sin imaginar que Elian, en realidad, era un exmilitar.

Dentro de la casa, ambos primos hablaban en voz baja, creyendo tener privacidad, sin saber que Elian escuchaba todo tras la puerta entreabierta.

—Muñeca, no deberías confiar en ese hombre —dijo Brando con el ceño fruncido—. ¿Y si es un psicópata? ¿Y si solo quiere aprovecharse de ti? Eres vulnerable, Sol… eres ciega.

Soledad tragó saliva. Brando no sabía que su ceguera era una mentira. Aun así, sus palabras le calaron en el pecho. Tenía razón en algo: no conocía del todo a Elian. Pero necesitaba su ayuda, más de lo que quería admitir.

No había contado a Brando lo que vivía en las noches, ni las sospechas sobre su tío. Desconfiaba de todos, incluso de su primo. Sabía que la herencia la ponía en el centro de un juego peligroso.

—Solo te pido que tengas cuidado —dijo Brando al levantarse—. No quiero que termines lastimada.

Cuando Brando se marchó, Elian cerró los ojos con fuerza. Había escuchado cada palabra, y contenerse le costaba. Quiso confrontar al primo entrometido, pero decidió esperar. La rabia la guardaría… por ahora.

Minutos después, se acercó a Soledad con expresión dura.

—Tu primo tiene razón en algo —murmuró—. No deberías confiar en mí. No sabes quién soy.

Sol se tensó. Sabía que había escuchado. Pero también sabía que ella no lo había juzgado abiertamente.

—Brando no estará aquí si el acosador vuelve. Tú sí —respondió en voz baja, dolida—. Además, ¿cómo confiar en alguien que se quedó callado mientras su padre me echaba como si fuera basura?

Elian inspiró profundamente. Tenía que admitirlo: Sol tenía razón. Y ahora, también era su responsabilidad.

—Necesito un par de cervezas —dijo, alejándose con la mandíbula apretada.

Sol lo siguió con la mirada. Notó cómo su postura transmitía tensión contenida. Elian se detuvo, recapacitando. No podía simplemente huir. Estaba a cargo de la seguridad de una chica que, supuestamente, no podía ver.

"Ni modo… vendrás conmigo", pensó.

—Alístate, vamos a salir —ordenó de espaldas, sin dar más detalles.

Sol sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Salir? ¿Con él?

Eligió con cuidado un vestido negro elegante, sandalias de tacón medio y un perfume cítrico que siempre la hacía sentir segura. Aunque no pudiera ver, quería que Elian la sintiera hermosa.

Minutos después, cuando apareció en la sala, Elian la miró fijamente.

—El lugar al que vamos no es gran cosa —dijo con voz neutra—. No hace falta que te arregles tanto.

Sus palabras fueron como un golpe seco. Ella solo quería impresionarlo.

—No importa. Igual no voy a ver el lugar, pero sí será especial para mí. No salgo casi nunca —respondió, bajando la mirada.

Elian no dijo nada más. Solo la tomó de la mano y salieron. Guardián ladró despidiéndose mientras subían al auto.

Hicieron una parada en el apartamento de él. La ayudó a sentarse en el sofá mientras se cambiaba.

Sol exploró el lugar con curiosidad. Aunque no era una mansión, la decoración, los muebles y el aire sofisticado contrastaban con la sencillez de su cabaña. ¿Cómo era posible que un guardaespaldas viviera así?

Entonces escuchó la cerradura. La puerta se abrió con un leve clic.

Una chica de curvas generosas, vestido azul diminuto y cabello rojo se plantó en la entrada. Sus ojos negros se clavaron en Sol.

—¿Quién eres y qué haces aquí? —soltó con tono hostil, acercándose.

Sol sintió cómo algo dentro de ella se encogía. ¿Era… su novia?

—Habla, maldita zorra —espetó la chica, alzando la mano para tomarla del cabello.

Soledad se encogió instintivamente, sabiendo que no podía defenderse sin revelar su secreto.

—¡No se te ocurra tocarla! —rugió Elian desde el pasillo, aún abrochándose la camisa.

La mano de la intrusa quedó suspendida en el aire, atrapada por la fuerza de Elian. Él la miraba con frialdad.

Sol sintió un alivio inesperado… estaba siendo protegida. Por él.

Pero en el fondo, también temblaba. Porque ese mundo al que Elian pertenecía, y que ahora tocaba su vida, podía ser más peligroso de lo que ella jamás imaginó.

La chica retrocedió un paso, fijando la mirada en los ojos de Elian, presa del miedo. Conocía su carácter, y sabía que si cometía un solo error, él podía borrarla de su vida sin más.

—Elian… ¿quién es esta mujer? —preguntó, conteniendo las lágrimas.

Elian respiró hondo mientras se abrochaba la camisa. Sol se sintió incómoda ante el silencio, mientras la otra esperaba una respuesta.

—Ella es mi jefa. Soy su guardaespaldas —dijo finalmente—. Te pido que la respetes y le pidas disculpas.

La chica, Jenny, apretó los labios con rabia. Sol era hermosa y elegante, demasiado para su gusto.

—Lo siento por cómo te traté —murmuró, aunque su tono era más falso que sincero.

Esperó una reacción de Soledad, que aún mantenía la cabeza gacha.

—No hay problema —respondió Sol, sintiéndose fuera de lugar. Si ella fuera la novia, también estaría celosa.

—Estábamos por salir, Jenny. Tenemos que irnos —dijo Elian, acercándose a Sol.

Pero Jenny lo tomó del brazo y lo besó, largo y apasionadamente. Sol sintió que el corazón le dolía un poco. Era una advertencia clara: “él es mío”.

Cuando se separaron, Jenny murmuró algo que Sol no alcanzó a oír.

—¿Está ciega? ¡Acaba de mirarme! —exclamó Jenny, incrédula.

Elian le hizo señas para que guardara silencio.

—Ven, vamos a la habitación un momento —pidió Jenny, con una sonrisa insinuante.

—Estoy trabajando —replicó él, dudando.

—Ella puede esperar… —susurró Jenny, besándolo de nuevo.

—Podrías controlarte, ella está aquí.

—Ella está ciega —se burló Jenny, riendo.

Sol, que no oía pero observaba de reojo, fingió desinterés. Pero por dentro, ardía. No sabía qué le dolía más: el desprecio silencioso o el hecho de que deseaba estar en el lugar de esa mujer.

Quizás estaba empezando a enamorarse… y eso sí que era peligroso.

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