Soledad esperó en silencio, atenta a la reacción de Elian al llegar a la cocina.
No tardó en escucharlo renegar entre dientes. Aunque intentó mantenerse seria, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Decidió no moverse de su sitio. Minutos después, Elian regresó con el ceño fruncido, visiblemente molesto. —¡Tu tío es un desgraciado! ¿Quiere matarte de hambre? —espetó, lanzando una mirada de indignación. Sus ojos, de un café claro encendido, ardían con un fuego contenido, una mezcla de rabia e impotencia que lo atravesaba. Soledad guardó silencio. Ya se lo esperaba. —Me voy —dijo Elian con frialdad—. No pienso quedarme aquí esperando a morir de hambre contigo. Aquí tienes tu pistola, defiéndete como puedas. Le entregó el arma sin mirarla a los ojos y se marchó, haciendo rechinar la puerta al cerrarla de golpe. Soledad quedó sola, envuelta por una melancolía que le apretaba el pecho. Guardián, su perro fiel, se acurrucó a su lado, como si intentara consolarla con su cercanía silenciosa. Los grillos entonaban su monótona canción nocturna, y en la distancia, los pájaros ocultos entre los árboles murmuraban en lenguas secretas. Sol se dejó envolver por la oscuridad, perdida entre pensamientos pesados y confusos. Esa noche se fue a dormir decepcionada. No podía creer que aquel hombre tan guapo fuera, al mismo tiempo, tan frío, tan arrogante. Un lobo de mirada intensa y corazón endurecido. Pero para ella, saltarse la cena era parte de su rutina. A veces pasaba el día entero sin probar bocado, esperando que su primo se acordara de llevarle algo. Además, nunca aprendió a cocinar. Había crecido entre lujos, rodeada de servicio, sin necesidad de tocar una sartén. Ahora, la vida le había dado un vuelco: de una mansión a una cabaña en medio del bosque. Como una refugiada sin destino. El sueño la fue venciendo poco a poco... hasta que el ladrido de Guardián la despertó. Se incorporó de golpe, tomó la pistola y murmuró con determinación: —Esta vez sí te voy a disparar a ti... Caminó hacia la sala, donde un golpe seco en la puerta la detuvo en seco. Su corazón se aceleró. Por un instante, pensó que tal vez era su primo. Encendió la luz y se acercó con cautela. Al abrir la puerta, su sorpresa fue total. Elian estaba allí, de pie, con la misma expresión seria de siempre. —Ah… eres tú —exclamó, sin poder ocultar su emoción mezclada con confusión. Elian frunció el ceño ante su reacción. —Sí, soy yo —respondió, entornando los ojos, casi descubriendo la mentira que ella ocultaba. Soledad sintió el peligro de haber cometido un error. Pensó rápido. —Tu olor... es lo primero que noto cuando entras —dijo, confiando en que eso bastara para justificar su reconocimiento. Elian alzó una ceja, sorprendido. La respuesta era lógica, teniendo en cuenta que los ciegos desarrollan otros sentidos. —¿En serio? —preguntó, llevándose el brazo a la nariz y oliéndose con escepticismo. Sol, con Guardián en brazos, mantuvo la vista al frente. —¿Qué quieres? Elian levantó unas bolsas con su brazo izquierdo. —Te traje comida. Aunque no lo creas, sentí lástima por ti —dijo con voz seca, como si eso le pesara más que cargar con las bolsas. Soledad sonrió. Su corazón dio un pequeño vuelco. Tal vez no era tan cruel como aparentaba. Minutos después, Sol estaba sentada en el pequeño bar de la cocina, observando cómo Elian calentaba la comida. Él le colocó el plato al frente y, con una mirada inquisitiva, le dijo: —Está caliente. Sol asintió con una sonrisa tímida y comenzó a comer con movimientos delicados, midiendo cada gesto como si actuara en una obra. Llevaba años perfeccionando el papel de una chica ciega. No pensaba arruinarlo ahora. Elian la observaba con curiosidad. ¿Realmente no veía nada? Había algo en ella que no terminaba de encajar. Finalmente, aburrido del espectáculo pausado, se levantó a prepararse un café. —Ve a dormir. Yo vigilaré esta noche —dijo de pronto. Soledad lo miró, sorprendida por el repentino cambio. —Pero… no tengo cómo pagarte por tus servicios —dijo con un hilo de voz. Él la observó unos segundos. —Tu abuelo sirvió a este país muchos años. En su honor, te ayudaré. Duerme tranquila. Sol asintió, sin saber qué decir. Esa noche se fue a la cama con una nueva imagen de Elian. Tal vez, bajo ese caparazón hostil, había un hombre que todavía podía sentir. Horas después, Soledad despertó gritando, sacudida por una pesadilla. Se sentó en la cama, jadeando, sin saber si lo que había vivido era real o parte del sueño. Se llevó una mano al pecho. —¿Estás bien? —escuchó la voz de Elian del otro lado de la puerta. Tardó unos segundos en reaccionar. —Estoy bien… fue solo una pesadilla —respondió, aún alterada. Pasado un rato, se acercó a la ventana. A la luz tenue de la luna, vio dos siluetas paseando alrededor de la casa. Frunció el ceño, confundida. —¿Ese es Guardián? —susurró, sorprendida. Efectivamente, su perro caminaba junto a Elian, como si fueran viejos amigos. La escena le provocó una extraña sensación de seguridad. Se permitió una sonrisa y regresó a la cama. Aún no amanecía.