Soledad Montenegro fue expulsada de su mundo de lujos y apariencias por su propio tío, un hombre ambicioso que anhela quedarse con su herencia. Enviada a una cabaña aislada y rodeada de peligros, descubre que su linaje no la protege, y que sobrevivir será su mayor reto. Allí aparece Elian Romero, un ex capitán del ejército con pasado tormentoso y carácter impenetrable. Lo que comienza como un acuerdo por conveniencia entre dos desconocidos, pronto se convierte en una guerra emocional donde el orgullo, el deber y la atracción juegan en bandos opuestos. Ambos se casan para protegerse de un enemigo común, pero la convivencia saca a la luz pasiones ocultas y heridas no sanadas. Celos, traiciones y mentiras urdidas por personas cercanas terminarán por separarlos de la forma más dolorosa: con amenazas de muerte y un embarazo oculto. Tres años después, el destino vuelve a cruzarlos en medio de una guerra contra el narcotráfico. Soledad, ahora madre, es secuestrada tras denunciar una red criminal. Elian, al mando del operativo, descubre al hijo que nunca supo que tenía… y una verdad que lo destruye por dentro. Entre balas, venganza y redención, Tácticas del amor es una historia de dos almas rotas que aprenden que amar también es resistir. Y que incluso en la guerra… el amor puede ser el arma más letal.
Leer másMás tarde, llegaron a la casa de Elian. Él le indicó que pasara y que lo esperara un momento en la sala. Soledad se sentó, explorando con la mirada los detalles del lugar... hasta que la puerta se abrió. Y Jenny apareció. Soledad no lo podía creer. ¿Otra vez esta? ¿Y ahora qué? ¿Van a cog…? pensó con fastidio. La otra chica la miró con la misma cara de desprecio que ella no dudó en devolverle. —¿Tú otra vez por aquí? Ah, claro, la jefecita ciega de mi novio —dijo Jenny con una sonrisa venenosa. Soledad no respondió. Solo la observó en silencio, como una gata agazapada. Jenny se acercó disimuladamente, mientras el perfume empalagoso que usaba le revolvía el estómago a Soledad. —Escúchame bien, bastarda… si te atreves a ponerle los ojos encima a Elian, te arranco los tuyos —le susurró con tono afilado, justo cuando Elian se aproximaba. Sol ni se inmutó. La amenaza le resbaló. —No tienes ni idea de quién soy… ni de lo que puedo hacer —añadió Jenny, con cara de matona—. ¿E
Más tarde, Soledad se encontraba en el campo de tiro, desobedeciendo descaradamente la advertencia de Elian de no salir.El coraje le quemaba por dentro, así que vació todo el cargador contra el muñeco con una furia que le nublaba la razón. El eco de los disparos se perdió entre los árboles… junto con su puntería.—¡Rayos! —gruñó, arrojando la pistola al suelo con frustración.El recuerdo de la casa de Elian regresó como una bofetada. Solo pensar en él… con Jenny… encendía un fuego oscuro en su pecho.Estaba tan inmersa en su tormenta mental que no escuchó los pasos hasta que fue demasiado tarde.Una bolsa de tela áspera le cubrió la cabeza y, en un segundo, la oscuridad y el caos la envolvieron. —¡No! ¡Suéltame! —gritó, forcejeando con desesperación.El cuerpo masculino que la sujetaba era una roca: firme, fuerte, imposible de mover. Soledad luchaba con todo lo que tenía, pero sus gritos eran apenas gemidos amortiguados.Su corazón se desbocó, su piel se erizó, y las lágrimas comenz
Soledad lo miró con sospecha. Algo no encajaba.¿Y si Elian también era parte de todo esto? Él usaba botas militares… igual que las huellas. Qué casualidad: cuando él está, el acosador no viene. Cuando se va, aparecen.Su corazón se aceleró. Se levantó de golpe y corrió a su habitación.—Pobre chica… ya está perdiendo la cabeza —murmuró Elian, sin moverse del sofá.Segundos después, Soledad regresó. Tenía un rifle entre las manos. Lo apuntó directamente a la cabeza de Elian.—¿Qué demonios te pasa? —preguntó él sin moverse ni un centímetro.Ella temblaba. Sus ojos estaban inyectados de furia.—¡Deja de fingir! ¡Te dispararé si no te largas de mi casa, maldito pervertido!—¿Pervertido yo? —bufó Elian—. Pensé que eras más lista, pero ya veo… Se levantó con calma, mirándola a los ojos.—¿De verdad crees que si quisiera hacerte daño no lo habría hecho ya? ¿Cuántas veces estuviste sola conmigo? —dio un paso al frente—. Y otra cosa… podrías apuntarme todo lo que quieras, pero puedo desarm
Afuera, Elian arrojó su mochila al suelo y respiró hondo, furioso.—¿Cómo pude permitir que esa niña me humillara? —murmuró, pateando con rabia la mochila.Sin embargo, a pesar de su enojo, no pudo alejarse. Se dejó caer sobre el pasto húmedo, derrotado por la confusión. El rostro de Soledad no abandonaba su mente. Sus palabras lo habían herido más de lo que admitiría, y aunque deseaba marcharse, algo en él lo obligaba a quedarse. El peligro era real, y no podía dejarla sola. Pasaron las horas. Bajo la luz pálida de la luna, Elian permanecía en silencio, apoyado en el tronco de un árbol. De pronto, una luz se aproximó a la casa. Se puso de pie de inmediato, con los sentidos alerta. Sacó su arma y se internó en la oscuridad hacia la fuente de luz.Guardián comenzó a ladrar con fuerza.Elian olfateó el aire: cigarro. Solo una silueta. Sin pensarlo, se lanzó sobre el intruso y lo derribó de un golpe certero. El hombre intentó defenderse, pero Elian fue más rápido. Aun así, no vio venir
Finalmente, para añadir más amargura a Soledad, Elian y Jenny se metieron en la habitación.Un sonido inesperado resonó en el tranquilo aire de la tarde: los gemidos de la chica.Cada gemido era como un golpe al sensible corazón de Soledad, quien los sintió exagerados, claramente intencionados para ser escuchados por ella.Estaba segura de que lo hacía a propósito.Sintió que había caído muy bajo al quedarse allí. Deseó, con cada fibra de su ser, no haber conocido jamás a Elian.Se levantó del sofá y salió corriendo, ya que su dignidad no le permitía quedarse un minuto más en esa casa.Al salir y caminar por la calle, su mente no dejaba de repetir aquella escena. Sabía que no debía estar molesta —al final, él no le debía nada—, pero dolía. Dolía saber que él tenía una novia. Que no era para ella.Caminó de regreso a la cabaña, sabiendo que el trayecto sería largo. A pie, serían kilómetros interminables, y no tenía idea de cuánto tiempo le llevaría.Media hora después, al dejar atrás e
Sol le dijo a su primo que Elian era un amigo que conoció mientras cazaba con su abuelo, asegurando que era militar. Lo dijo sin imaginar que Elian, en realidad, era un exmilitar. Dentro de la casa, ambos primos hablaban en voz baja, creyendo tener privacidad, sin saber que Elian escuchaba todo tras la puerta entreabierta. —Muñeca, no deberías confiar en ese hombre —dijo Brando con el ceño fruncido—. ¿Y si es un psicópata? ¿Y si solo quiere aprovecharse de ti? Eres vulnerable, Sol… eres ciega. Soledad tragó saliva. Brando no sabía que su ceguera era una mentira. Aun así, sus palabras le calaron en el pecho. Tenía razón en algo: no conocía del todo a Elian. Pero necesitaba su ayuda, más de lo que quería admitir. No había contado a Brando lo que vivía en las noches, ni las sospechas sobre su tío. Desconfiaba de todos, incluso de su primo. Sabía que la herencia la ponía en el centro de un juego peligroso. —Solo te pido que tengas cuidado —dijo Brando al levantarse—. No quiero que
Al abrir los ojos, Soledad pensó en Elian. Por un momento creyó que todo lo ocurrido la noche anterior había sido solo un sueño. Pero el olor a café recién hecho confirmaba que él seguía allí.A la luz del día, la razón hablaba más fuerte que la emoción. ¿Cómo había permitido que un completo extraño se quedara en su casa? Aunque no le había hecho daño, bien podría haberlo hecho. No lo conocía. No sabía nada de él.Mientras tanto, Elian, versátil y silencioso, preparaba el desayuno con una calma desconcertante. A su lado, Guardián mordisqueaba feliz un trozo de pan.Soledad entró con su bastón, dudosa. Elian levantó la mirada brevemente. Percibía su incomodidad como si flotara en el aire.—Buenos días —murmuró ella, sin convencimiento.—Buenos días —respondió él, sin dejar de mover la cuchara.—¿Vas a comer? —preguntó Elian, con voz serena, mientras revolvía el contenido de la olla. En ese momento, no pudo evitar sentirse fuera de lugar, como si se hubiera infiltrado en una rutina que
Soledad esperó en silencio, atenta a la reacción de Elian al llegar a la cocina. No tardó en escucharlo renegar entre dientes. Aunque intentó mantenerse seria, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Decidió no moverse de su sitio. Minutos después, Elian regresó con el ceño fruncido, visiblemente molesto.—¡Tu tío es un desgraciado! ¿Quiere matarte de hambre? —espetó, lanzando una mirada de indignación. Sus ojos, de un café claro encendido, ardían con un fuego contenido, una mezcla de rabia e impotencia que lo atravesaba.Soledad guardó silencio. Ya se lo esperaba.—Me voy —dijo Elian con frialdad—. No pienso quedarme aquí esperando a morir de hambre contigo. Aquí tienes tu pistola, defiéndete como puedas.Le entregó el arma sin mirarla a los ojos y se marchó, haciendo rechinar la puerta al cerrarla de golpe.Soledad quedó sola, envuelta por una melancolía que le apretaba el pecho. Guardián, su perro fiel, se acurrucó a su lado, como si intentara consolarla con su cercanía si
—Hace unas noches alguien merodeó por aquí —dijo Sol con voz temblorosa—. Y como vivo sola... me asusta. Elian, con el ceño fruncido y ese tono tan suyo, la interrumpió sin pensarlo dos veces: —¿Y yo qué tengo que ver con eso?La frialdad de su respuesta caló en Soledad. Bajó la mirada, sintiendo cómo una ola de tristeza le apretaba el pecho. —Solo quería que me ayudaras a revisar el terreno... como soy ciega —susurró, pero él volvió a cortarla.—Eso es trabajo de la policía. Yo no soy policía —dijo, seco.Sol tragó saliva. Las palabras de Elian eran como piedras. Había esperado algo de compasión, pero él solo mostraba indiferencia. Aun así, intentó mantenerse firme.—Está bien… disculpa —murmuró con pesar, antes de girarse para entrar en la casa.Elian la observó por unos segundos. Sus pasos se alejaron, pero en su mente quedó el eco de su voz y la forma en que, por un segundo, pareció frágil.Ya en el sendero, algo llamó su atención. Se detuvo y bajó la vista. Había una colilla d