A pesar del miedo que la paralizaba, Soledad estaba decidida a luchar hasta el último aliento. Su corazón latía con furia, acelerando el flujo de su sangre y empujando el dolor que se agolpaba en su pecho.

En medio de la desesperación, anhelaba una salvación. Algo. Alguien.

Con un gemido, arrastró su mano por el suelo hasta encontrar su bolso. Su tacto tembloroso buscó a tientas su cartera, y entre jadeos logró sacar la pistola.

El hombre creyó que se había rendido. Continuó con su plan enfermo, confiado.

Jamás imaginó que la chica rota frente a él aún tenía fuego en la mirada y un arma entre las manos.

El disparo retumbó con violencia, desgarrando la noche y alarmando a los vecinos cercanos. Un silencio espeso le siguió, solo roto por el eco de la detonación.

Había logrado herirlo. No lo suficiente para inmovilizarlo, pero sí para ahuyentarlo. Disparó de nuevo, una, dos veces más… hasta que los pasos se perdieron en la noche.

En la penumbra, Soledad no supo si había acertado. Lo únic