El edificio administrativo está casi vacío a esa hora de la tarde.

El silencio es casi inquietante, roto solo por el zumbido bajo de las lámparas fluorescentes.

Las luces frías del pasillo iluminan a Justin mientras avanza con pasos rápidos, cada pisada resonando con fuerza, como si el suelo quisiera recordarle el peso de lo que acaba de provocar.

Su corazón late con violencia. El aire que entra en sus pulmones es áspero, y por un instante tiene la absurda sensación de que está a punto de ser descubierto, como si un guardia pudiera detenerlo y gritarle que vuelva atrás.

Que deshaga lo que ha hecho.

Pero no hay marcha atrás.

Se detiene frente a la puerta de Jenkins y respira hondo.

Sus dedos tiemblan sobre la manija antes de empujarla con brusquedad.

No golpea, no anuncia su presencia. La urgencia que lo consume parece justificar la falta de cortesía.

Jenkins está sentado detrás de su escritorio, rodeado de papeles y con la chaqueta perfectamente abotonada.

Cuando alza la vista y