El camino hacia la oficina de Ripley se siente como un pasillo interminable.
Cada paso de Lucy suena más fuerte en su cabeza que en el suelo.
El corazón le golpea las costillas, cada latido un recordatorio de que está a punto de enfrentar todo aquello que ha temido desde que comenzó esta relación.
Sawyer camina a su lado, alto, silencioso, la sombra de su presencia cubriéndola como un escudo. Y sin embargo, no basta.
Ni siquiera su calor puede evitar que el frío se le instale en el pecho, helándole las manos, haciéndole sentir que va directo al cadalso.
El nudo en su estómago se aprieta más con cada metro que avanza.
Se siente de nuevo como una interna temblorosa, esperando ser evaluada, esperando el veredicto de alguien que podría destruir sus sueños de un plumazo.
Cuando Ripley los hace pasar, la sensación empeora.
El aire en la oficina es denso, sofocante, como si pesara en los pulmones.
Lucy se endereza de forma automática, porque así la entrenaron, porque su cuerpo sabe qu