El aire de la tarde es más frío de lo que Sawyer recordaba.
O quizá es que todo, desde que salió del hospital, le parece distinto.
Cada sonido, cada olor, cada luz en las calles parece ajeno, como si hubiera cruzado a un universo en el que él ya no pertenece.
Cierra la puerta de su coche con un suspiro largo y se queda un momento allí, inmóvil, con la caja de cartón en el asiento del copiloto.
Dentro están los objetos que marcaron su vida profesional: su estetoscopio, el reloj de pulsera que usaba en cada cirugía, los libros que leía en los turnos de guardia.
Son solo cosas, pero en ese instante le pesan como si cargara con toda su historia en el asiento de al lado.
Arranca el motor, pero no enciende la radio. Necesita silencio.
Necesita escuchar sus propios pensamientos, aunque lo que oye en su cabeza no le guste.
Lucy.
El recuerdo de su abrazo en la oficina, de sus lágrimas empapando su camisa, se le clava en el pecho como una aguja.
Nunca había visto a Lucy tan vulnerable. Nu