El mundo se redujo a un latido, a un hilo de respiración que parecía quebrarse en cada segundo.
Lucy se inclinó sobre Sawyer, con la lluvia empapándole el cabello y la ropa, sintiendo el frío calar hasta los huesos.
El cuerpo de él temblaba, sus ojos cerrados, la piel pálida y húmeda, y la sangre manando sin control de un corte profundo en el pecho y otro en el brazo.
Su corazón latía con debilidad, irregular, casi imperceptible.
—¡No, no, no, no! —susurró Lucy para sí misma, su voz temblando mientras sus manos temblorosas intentaban contener la hemorragia.
Su mente trabajaba en un torbellino: análisis rápido, pasos a seguir, protocolos médicos, todo mezclado con un miedo visceral a perderlo.
No podía, no podía perderlo ahora, no cuando él era su todo.
Apoyó la cabeza en su pecho, buscando escuchar su corazón, palpando el pulso que parecía esquivo, escuchando un sonido extraño: un burbujeo húmedo que le heló la sangre.
Líquido en los pulmones. Su mente lo reconoció al instante: