El vapor todavía llena la ducha, cubriendo el cristal de una neblina espesa.
Lucy se apoya contra la pared fría de mármol, la respiración entrecortada, mientras el agua resbala por su piel.
Sawyer está frente a ella, una mano sobre su cadera y la otra contra el muro, como si con eso pudiera mantenerla allí, a su merced, un poco más.
Acaban de hacer el amor, pero no es suficiente. Ni para él ni para ella.
Sus cuerpos laten al mismo compás, temblorosos, pidiendo más.
Lucy intenta recuperar el aire, pero la mirada de Sawyer sobre ella lo hace imposible.
Hay algo en sus ojos que le hace arder por dentro, un hambre que no ha disminuido, sino que parece crecer con cada segundo que pasa.
—No hemos terminado —susurra él, su voz grave, ronca por el deseo.
Lucy siente un escalofrío recorrerle la espalda. Su cuerpo reacciona antes de que pueda pensar, inclinándose hacia él.
—Dímelo otra vez —le provoca, sus labios apenas curvados en una sonrisa traviesa.
Sawyer no responde con palabras al pr