SAWYER.
Me había pasado unos días en esa desagradable prisión.
Unos días en los que me había sentido completamente miserable, en los que pensé que tal vez no volvería a ver la luz del día, pero ahora, en medio de la noche, nunca me había sentido mejor.
Había anhelado la luz del día y, de repente, me sentía el hombre más afortunado del mundo porque tenía a Lucy en la cama conmigo.
Conmigo.
El calor que emanaba su cuerpo y el olor a madreselva de su pelo me inundaron todos los sentidos.
Y, en ese momento, en aquella hora de madrugada íntima y peculiar en la que Lucy estaba tranquila, sumisa e iluminada por las estrellas, me miró con una expresión sosegada… y su belleza me pareció algo sin piedad alguna.
Era algo que no podría comprender jamás. Tras meses y meses deseándola, la soga que rodeaba mi determinación casi se había desintegrado.
Habíamos estado dos veces ya esta noche, pero yo todavía no había tenido suficiente de ella. Quería más.
"Relájate", me dije a mí mismo.
Aun así,