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Casada con el capo que me destruyó

Casada con el capo que me destruyóES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Catalina Wade  Completo
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Resumen
Índice

En la víspera de mi boda, dos hombres me agredieron con saña. En un desenfrenado impulso por defenderme, acabé matando a uno y dejando malherido al otro. Alejandro Moreno, mi prometido de entonces, quien debía protegerme, me abandonó a mi suerte durante el juicio. Fui condenada a dos años de prisión. Cuando, por fin, recuperé mi libertad, descubrí que mi exprometido ya se había casado con Isabella Nieves, mi mejor amiga. Ella no solo se quedó con mi hombre, sino que también ocupó el puesto que me correspondía como médica. Sin un lugar adónde ir y en el momento más oscuro de mi vida, Érico Garrido apareció en mi puerta. Como el capo mafioso más poderoso de Novalandia, usó toda su influencia para silenciar a cualquiera que se atreviera a hablar de mi pasado. Luego, me pidió matrimonio. Me confesó que siempre había sentido algo por mí. Yo, ingenua, creí haber encontrado a mi caballero de brillante armadura, a mi verdadero y único amor. Los primeros cuatro años de nuestro matrimonio me parecieron perfectos o eso creí. Hasta que, por casualidad, escuché una conversación entre Érico y su hombre de confianza, Adán Soto. —Jefe, qué astuto fuiste al ordenar que esos desgraciados acosaran a Eliana Mendoza. Si no fuera por eso, la señorita Isabella jamás habría tenido la oportunidad de casarse con Alejandro —dijo Adán. La voz burlona de Érico le respondió: —Solo quería asustarla un poco. Jamás imaginé que llegaría a matar a uno… y que terminaría en la cárcel. —Pero la señorita Isabella ya está casada —preguntó Adán, confundido—. ¿Por qué sigues manteniendo a esa puta ahora que salió de prisión? Érico hizo una pausa antes de responder: —Porque quiero asegurarme de que no vuelva con Alejandro… Y que no le cause problemas a Isabella. La risa que siguió me desgarró el corazón en mil pedazos. Todos esos bellos recuerdos de Érico rescatándome de la humillación eran una farsa. Él había sido el autor de mi desgracia, todo para que Isabella pudiera tener su

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Capítulo 1

Capítulo1

Eliana

Creí que Érico era mi media naranja durante los años que estuvimos casados. Había llegado a mi vida en mi momento más oscuro y vulnerable, para salvarme y amarme. O eso creía, hasta que un día, por casualidad, escuché su conversación con su asistente.

—La única razón por la que me casé con Eliana fue para mantenerla bajo control. Para que no tuviera la menor oportunidad de interferir en el matrimonio perfecto de Isabella —dijo él con orgullo.

En ese preciso instante, comprendí que nuestro matrimonio nunca se había construido sobre la base del amor. Era una mentira cuidadosamente tejida… por otra persona.

Las risas en la habitación no desaparecieron. Al contrario, se volvieron cada vez más fuertes, burlonas y asfixiantes. Luego, la voz de Adán resonó por todo el lugar, casi como si estuviera elogiándolo.

—Esos dos desgraciados que elegí eran perfectos. Aunque Eliana mató a uno, el otro mantuvo la boca cerrada.

Érico dejó escapar una risa, cargada de desprecio, antes de seguir hablando:

—De todos modos, estoy planeando enviar a Eliana a uno de mis viajes de carga habituales. La policía nos está pisando los talones. Como ya ha estado en prisión una vez, no creo que le importe hacer esto por mí.

—Sin duda alguna, tomará esta oportunidad, jefe —respondió Adán, hábilmente—. Siempre ha creído en ti, siempre queriendo ayudar. Si le dices que la necesitas para llevar ese cargamento de droga, estará dispuesta a todo.

Una risa cruel resonó por toda la habitación.

—¿Y si llega a descubrir la verdad, jefe? Lo que pasó hace seis años… —preguntó Adán.

Con una sonrisa burlona, Érico le respondió:

—¿Una muchacha como ella? Imposible. Aparecí en su momento más vulnerable. Ahora, con solo una palabra mía, vendrá arrastrándose como la perra más leal del mundo.

El resto de la conversación desapareció poco a poco en un repentino murmullo casi inaudible, pero esas palabras… quedaron suspendidas en el aire, como una soga colgando de mi cuello, asfixiándome cada vez más.

Me quedé petrificada en la puerta, con el corazón latiendo tan fuerte que no sabía si iba a desmayarme o a morir en ese mismo lugar.

Me tapé la boca con la mano, conteniendo el grito que amenazaba con desgarrarme el pecho.

Los pasos se acercaban cada vez más. Di media vuelta y salí corriendo escaleras abajo.

Corrí cada vez más rápido sin pensarlo, hasta llegar a mi casa… o mejor dicho, la casa de Érico.

Me serví un vaso de whisky, y el líquido me quemó la garganta cuando me lo bebí de un solo trago, desesperada por algo que me devolviera a la claridad.

Solo después de ese primer trago, logré recuperar el aliento.

Entonces, las lágrimas cayeron por mis mejillas, liberando los sollozos que había contenido por tanto tiempo, el grito que me había estado desgarrando la garganta.

Y las palabras de Érico… esas palabras resonaban en mi mente como un eco implacable.

***

En la víspera de mi boda, dos desgraciados me secuestraron. Dijeron que solo querían dinero y nada más, pero después de darles hasta el último centavo que tenía, no me dejaron ir.

Exigieron algo más que dinero.

No tuve otra opción que llamar a mi prometido, Alejandro.

Contestó al tercer tono, y, por un instante, creí que estaba salvada. Pero lo que pasó después destruyó mi vida en mil pedazos.

Esos dos canallas me acosaron durante la videollamada.

Luché con cada fibra de mi ser, con toda la fuerza que me quedaba, y terminé matando a uno e hiriendo al otro.

Cuando llegó el juicio, pensé que Alejandro estaría a mi lado, que me defendería, que comprobaría que había actuado en defensa propia.

Pero no lo hizo. En cambio, con total frialdad e indiferencia, me dijo:

—Eres despreciable, Eliana. Esos tipos te acosaron porque eres una cualquiera. Si no fuera así, ¿por qué te molestaron a ti y no a otra? ¿Por qué fue justamente a ti?

Lloré. Grité. Le supliqué desesperada.

Intenté explicarle que no había sido mi culpa. Que solo caminaba por un callejón conocido, de regreso a casa, vestida con una simple blusa y un pantalón; nada provocador, nada que justificara lo que me habían hecho, que debía culpar a esos miserables… no a mí.

Porque yo era la víctima de lo sucedido.

Pero él no quiso escuchar mis razones y decidió que la culpa era mía.

Para él, lo único importante era su reputación. Un sujeto como él no podía permitirse un escándalo de esa manera y mucho menos una novia manchada por el escándalo. Así que me dio la espalda. Me dejó enfrentar las acusaciones sola.

Y así, sin decir ni una sola palabra, fui condenada a dos años en prisión por homicidio negligente, no por defensa propia.

Cuando, por fin, recuperé la libertad, pensé que podría empezar de nuevo, que, tal vez, la vida me daría una segunda oportunidad.

Entonces, descubrí que Alejandro ya había seguido adelante y que estaba casado con mi mejor amiga, Isabella.

En ese preciso momento, supe que estaba condenada y sin escapatoria.

De pronto, Érico Garrido apareció como una luz de esperanza que atravesó las tinieblas de mi vida.

Me había preguntado cómo podía ser suficiente para él. Él era el capo mafioso más poderoso de Novalandia, y yo no era más que una mujer con antecedentes, destrozada en mil pedazos, sin nada digno que ofrecer.

Pero él solía decirme que no debía preocuparme por eso. Que me amaba tal y como era.

Ahora, de pie en este lugar, comprendí que me había casado con el mismísimo monstruo que convirtió mi vida en un infierno. Y lo peor de todo era que, se había presentado como mi salvador, actuando como si fuera la solución a todos mis dolores.

Ahora todo encajaba a la perfección. Cuando salí de prisión, Isabella vino a visitarme y noté esa mirada extraña en sus ojos. Supuse que me miraba extraño por mi tiempo tras las rejas.

Pero ahora lo entendía… Ella lo sabía. Debía saberlo.

Sabía que Érico había enviado a esos desgraciados a acosarme, y se había burlado de mí por ser tan ingenua, tan ciega ante la realidad.

Cuatro años de amor. Cuatro años compartiendo la misma cama, compartiendo mi vida con él, y ni una sola vez me hizo dudar de lo que teníamos.

Apreté los puños, indignada, sintiendo una tormenta de ira, tristeza e incredulidad girando dentro de mí, amenazando con despedazarme.

La puerta se abrió de golpe y Érico entró. Su mirada se clavó en mí al instante, sus ojos suavizándose al ver mis lágrimas. Sorprendido, corrió a mi lado. Era la viva imagen de un esposo preocupado.

—¿Quién demonios hizo llorar a mi princesa? —Su voz era grave, peligrosa y a la vez seductora—. Mataré a ese bastardo por ti.

El silencio cayó sobre la sala.

Érico, al ver que no respondía, no esperó; sacó su pistola y la apuntó al aire con una naturalidad inquietante.

—Mi amor, solo dime el nombre. Lo mataré por ti.

Su arma barrió la sala hasta detenerse en la cara de Adán.

Sentí mi pulso retumbando en el pecho.

«Para», murmuré en mi mente, necesitaba calmarme un poco.

Los ojos de Adán se abrieron de par en par, incrédulos. Temblaba, incapaz de controlar su miedo.

«Esos dos desgraciados que elegí eran perfectos».

Sus palabras seguían resonando en mi mente, repitiéndose una y otra vez como una melodía siniestra.

Justo cuando estaba a punto de señalar a Adán, Érico se volteó hacia mí y, con un tono tranquilo, me propuso:

—Hoy hace un día tan soleado… ¿Qué te parece si evitamos el derramamiento de sangre?

Tragué saliva con cierta dificultad, obligándome a sonreír, aunque cada parte de mi cuerpo gritaba en señal de protesta.

—Claro —respondí.

Érico notó el vaso de whisky sobre la mesa. Tomó mi mano con delicadeza, me atrajo hacia su abrazo, y me preguntó:

—¿Ahora bebes durante el día?

Se había dado cuenta. Nunca bebía a estas horas. A menos de que algo me alterara.

Pero no podía permitirme levantar ninguna sospecha. Así que fingí una sonrisa y le mentí:

—Solo me dolía la cabeza. Pensé que un poco de whisky me ayudaría.
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