La música suave llena el aire mientras los invitados disfrutan de los postres y las luces cálidas del atardecer iluminan el jardín con un resplandor dorado. Alexander e Isabella están tomados de la mano, sentados bajo una pérgola decorada con buganvillas y luces colgantes, riendo con complicidad mientras observan a los niños corretear entre las mesas.
—No puedo creer que todo haya salido tan bien —murmura Isabella, su voz apenas audible entre el murmullo del ambiente y la melodía suave de un cuarteto de cuerdas.
Alexander le acaricia la mejilla con el dorso de la mano. —Merecías este final feliz… nuestro final feliz.
Pero la paz dura poco.
Un grito pequeño pero escandalosamente divertido se escucha al fondo.
—¡Emma! ¡Devuélvelo! —grita Liam, corriendo tras su hermana, que lleva en las manos una bandeja entera de mini postres.
—¡Gael dijo que podía! —responde ella entre risitas, mientras Gael corre detrás, intentando salvar lo poco que queda de una torre de macarons que han logrado rob