El silencio en la habitación donde Camille está sentada es absoluto, tan afilado que cualquier sonido menor podría romperlo como una copa de cristal.
Lleva un vestido negro de seda, largo hasta las rodillas, y un abrigo de diseño que cuelga con elegancia de sus hombros.
Frente a ella, una copa de vino tinto reposa sobre la mesa baja, intacta. No bebe. No sonríe. Solo observa.
Su teléfono vibra. Lo toma con una lentitud meticulosa, desliza el dedo por la pantalla, y lee el mensaje. Dos palabras bastan para despertar la chispa de triunfo que arde dentro de ella:
—"Listo. Entrega hecha."
Una risa sorda, seca, se escapa de sus labios. No hay regocijo, solo satisfacción oscura. Emma ya no está con Isabella.
—Ahora entenderás, Isabella. Ahora sentirás lo que es perderlo todo.
Camille camina por la sala de su lujoso apartamento, pero por dentro, la rabia se arremolina como una tormenta.
Ha perdido su reputación, su boda, su familia. Los padres que a pesar de que nunca la defendieron
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