Los ojos de Isabella arden de cansancio mientras recorre una vez más la interminable serie de correos impresos que cubren la mesa de la oficina privada que Alexander le prestó.
La luz azulada de la pantalla parpadea a un lado, mientras en su mano sostiene una taza de café frío que ya ha olvidado beber.
Valentina, sentada frente a ella, le lanza una mirada llena de preocupación.
—Tienes que descansar, Isa —le dice en voz baja, aunque sabe que sus palabras caerán en saco roto.
Isabella niega con la cabeza, el cabello revuelto cayéndole en desorden sobre el rostro.
—Estamos cerca, lo siento. No puedo parar ahora —susurra, pasando las hojas con dedos temblorosos.
Días. Días sin dormir, días sin respirar bien, días sintiendo que la ansiedad la devora desde adentro. Pero ahora, por fin, algo empieza a salir a la luz.
Gracias a Laura, la jefa del equipo de comunicación de Alexander, quien sin preguntar demasiado le ofreció la ayuda discreta del equipo informático de Blackwood.
—Encontraron