Alexander se detiene frente a la puerta del apartamento de Isabella, el corazón golpeándole con violencia en el pecho.
Aprieta las llaves entre los dedos, inhalando profundamente.
Tiene que hacerlo.
Tiene que hablar con ella.
Decirle todo lo que siente, aclarar las dudas que lo están consumiendo desde dentro.
Pero en cuanto piensa en las palabras de Camille, en el veneno cuidadosamente destilado que aún envenena su mente, una sombra de inseguridad lo invade.
¿Qué tal si todo lo que cree haber visto en Isabella no es más que una ilusión?
¿Qué tal si realmente ella le ha ocultado quién es?
Sacude la cabeza, como intentando despejarse de esos pensamientos.
La ama.
Lo sabe.
Aunque el miedo lo carcoma, aunque su corazón se sienta dividido, lo que siente por ella es real.
Toca el timbre.
Isabella abre la puerta casi de inmediato.
Su sonrisa, radiante por costumbre, se apaga apenas lo ve.
Él lo nota.
Nota cómo su rostro, su cuerpo entero, se repliega en una barrera silenciosa.
—Hola —murmura