Henry camina de un lado a otro en su departamento, el corazón golpeándole las costillas como si quisiera escapar. Tiene el celular apretado en la mano, los nudillos blancos de tanta fuerza. Sabe lo que debe hacer. No lo que quiere, sino lo correcto. Valentina merece la verdad, aunque eso signifique perderla.Se pasa una mano temblorosa por el cabello, tratando de reunir el valor que siente desmoronarse con cada latido. Finalmente, con un rugido ahogado, marca el número de Camille.Ella contesta al primer timbrazo, su voz cargada de una ira contenida.—¡Por fin te dignas a llamarme! ¿Sabes cuántos mensajes te he dejado? ¿Tienes ideas de cuántas llamadas te he hecho? ¡Te has burlado de mí, Henry! —escupe, el tono chillón perforándole el oído — Desapareciste. Te esfumaste como si nada ¡Teníamos un trato!Henry cierra los ojos un segundo, exhalando.—No te contesté porque me cansé —dice, la voz baja pero tensa, como una cuerda a punto de romperse—. Me cansé de ser tu marioneta, Camille.
Los ojos de Isabella arden de cansancio mientras recorre una vez más la interminable serie de correos impresos que cubren la mesa de la oficina privada que Alexander le prestó. La luz azulada de la pantalla parpadea a un lado, mientras en su mano sostiene una taza de café frío que ya ha olvidado beber.Valentina, sentada frente a ella, le lanza una mirada llena de preocupación.—Tienes que descansar, Isa —le dice en voz baja, aunque sabe que sus palabras caerán en saco roto.Isabella niega con la cabeza, el cabello revuelto cayéndole en desorden sobre el rostro.—Estamos cerca, lo siento. No puedo parar ahora —susurra, pasando las hojas con dedos temblorosos.Días. Días sin dormir, días sin respirar bien, días sintiendo que la ansiedad la devora desde adentro. Pero ahora, por fin, algo empieza a salir a la luz. Gracias a Laura, la jefa del equipo de comunicación de Alexander, quien sin preguntar demasiado le ofreció la ayuda discreta del equipo informático de Blackwood.—Encontraron
Los golpes secos contra la puerta lo sacan de su ensimismamiento. Alexander parpadea, como si su mente tardara en procesar que alguien llama a su casa a esta hora de la noche. Frunce el ceño. ¿Quién demonios podría ser? Se pone de pie, cruzando la sala en tres zancadas, y al abrir la puerta, la sorpresa lo golpea de lleno.Isabella está allí.Tan cerca. Tan real.La luz tenue del pasillo se derrama sobre ella, haciendo brillar su cabello oscuro. Su mirada, sin embargo, no tiene el calor de otras veces. Sus ojos son dos tormentas contenidas, y su postura, aunque erguida, revela la tensión que vibra en cada fibra de su cuerpo.Alexander se queda congelado.Ella nunca había ido a su casa, a pesar de vivir pared con pared. Nunca antes había cruzado ese umbral invisible que ambos parecían respetar como una regla tácita. Verla allí, al otro lado de su puerta, tiene algo de inédito, algo de peligroso.—¿Puedo pasar? —pregunta Isabella, su voz baja, controlada, pero cargada de una firmeza q
Henry no podía dejar de mirar el reloj. Cada tic-tac era un recordatorio cruel de lo tarde que había llegado a esta realización. Había dado mil vueltas a su decisión, había repasado cada palabra que diría, cada gesto que haría. Quería arreglarlo. No solo por él, sino por ella. Por Valentina.Tomó su abrigo y salió de su departamento sin pensarlo más. Necesitaba verla. Necesitaba contarle todo antes de que fuera demasiado tarde, antes de que Camille pudiera hacer más daño, antes de que él mismo se odiara aún más.El ascensor parecía tardar una eternidad, cada piso descendido un latido doloroso en su pecho. Al llegar al edificio de Valentina, dudó unos segundos frente a la puerta. Luego respiró hondo, como si de ello dependiera su vida, y golpeó.Unos segundos. Dos. Tres.La puerta se abrió de golpe, y lo primero que recibió fue un bofetón tan duro que su cabeza giró hacia un lado.El ardor en su mejilla no era nada comparado al dolor que sintió al verla.Valentina estaba de pie frent
El sonido de las notificaciones no cesa. Isabella observa la pantalla de su teléfono como si fuera un enemigo. Cada nuevo mensaje, cada alerta, es un golpe seco en el pecho. No quiere mirar, pero lo hace. Contra su voluntad, sus ojos recorren los titulares. Su rostro aparece una y otra vez, captado en una imagen difusa, distorsionada por una edición torpe, pero efectiva. A su lado, un hombre al que odia con toda el alma: su antiguo jefe. "Isabella Reyes: ¿talento o amante convenida?" "Filtran video comprometiendo a la madre de los hijos del CEO Blackwood." "Escándalo en Blackwood Enterprises: ¿acostándose para ascender?" Las palabras se clavan como agujas, y por un segundo, se queda sin aire. Siente que el piso se desmorona bajo sus pies, que el mundo vuelve a burlarse de ella de la forma más cruel. Otra vez. Otra maldita vez. Se queda mirando a la nada en un intento por procesar lo que está viendo. "¿Qué demonios le sucede a la vida conmigo? ¿Qué hace hecho en
La carta de renuncia tiembla entre sus manos.Isabella la ha escrito y borrado una docena de veces. Pero esta vez, las palabras permanecen. Frías. Irrevocables. La tinta de su firma aún está fresca, como un tatuaje que sangra.—Esto es lo mejor —susurra, más para convencerse que como afirmación—. Es lo correcto.Alexander no está. No quiso que lo acompañara. No quería mirarlo a los ojos al entregar el sobre que marcará el final de todo.El final de su carrera.El final de esa parte de su vida que tanto le costó construir.Lo hace por ellos. Por Liam, Emma y Gael. Por esos tres pedacitos de sol que no deberían crecer bajo la sombra de un escándalo eterno. Por protegerlos de los titulares crueles, de los susurros en los pasillos, de las miradas que ya no distinguen entre mentira y verdad.Entrega el sobre en la recepción, sin ceremonia. Sin explicación.Solo se va. Sin mirar atrás.El departamento se siente más grande de lo habitual. O más vacío. O quizás solo más triste.Isabella se e
Henry se queda inmóvil ante la pantalla de su laptop.Los archivos están ahí, abiertos uno por uno, como puñaladas. Correos electrónicos reenviados desde una cuenta oculta. Fotografías captadas por un paparazzi pagado. Audios entrecortados en los que se distingue su voz… y la de Camille.Evidencias. Indiscutibles. Innegables. Camille lo manipuló. Lo usó todo el tiempo. Cuando él pensaba que ambos se entendían, cuando pensaba que había algún sentimiento entre ellos, ella solo lo estaba manipulando.Camille filtró la historia. Ella pagó por las imágenes. Ella sobornó a su exjefe para poner a Isabella en el ojo del huracán.Él sabía que ella era capaz de muchas cosas, pero no de esto. No de una jugada tan cruel, tan calculada, tan devastadora.Se aparta de la pantalla como si quemara.—Dios… —susurra, atónito.Todo lo que creía controlar, todo lo que creyó compartir con Camille… era mentira.Ella nunca quiso justicia. Solo venganza.Cuando entra al departamento de Camille, la encuentra f
Camille observaba la pantalla de su teléfono con los ojos desorbitados. Había presionado enviar con la esperanza de desatar el caos, de provocar una reacción en cadena que, como en el pasado, volviera a poner todo en su lugar: ella por encima de todos, adorada por los medios, temida por Isabella, y con Alexander a sus pies, aun si fuera por obligación. Pero esta vez, nada ocurrió.Ningún titular sensacionalista abrió los portales de chismes. Ninguna notificación de tendencia. Ninguna llamada de emergencia de su publicista.Solo silencio.Un silencio que se sentía como una condena.—¿Por qué no funciona? —murmuró para sí misma, con los dedos temblando mientras actualizaba las redes una y otra vez. El video filtrado donde sugería que Alexander e Isabella estaban manipulando la opinión pública con una “historia fabricada de amor y paternidad” era ridículo.Ella lo sabía. Pero había funcionado con menos antes. ¿Por qué no ahora?La respuesta era simple.Había perdido credibilidad.En e