Habían pasado meses desde aquel fatídico día en el que se enteró de que era hija de ese hombre.
«Roberto», pensó Sasha, apenas recordando cómo era que se llamaba.
Pero no le importaba.
Y justo ahora era lo que menos deseaba recordar.
Porque su existencia la hacía sentir sucia, la hacía recordar las caricias y los besos que se había dado con su propio hermano durante tantos meses.
Se acostaron juntos, hicieron el amor más de una vez y lo disfrutaron.
¿Por qué el destino tenía que ser tan cruel?
¿Por qué Damián, de todas las personas posibles, tenía que ser su hermano?
¿Por qué no pudo ser alguien más?
No, ella no lo veía como un hermano, lo veía como el hombre del que se había enamorado y al cual, no podía volver a ver nunca más.
Durante meses la llamó sin cesar, visitó su casa, preguntó por ella en la universidad donde estudiaba, pero ella no se atrevió a darle la cara. El mensaje que le daba siempre era por medio de intermediarios y era muy claro y preciso: no me vuelvas a b