Emily
Al principio no lo noté.
Fue una tarde, creo. O tal vez era por la mañana. Las cortinas estaban entrecerradas y la luz entraba sin convicción, como si también dudara de la hora. Me senté en la cama con la sensación de que algo faltaba. No era hambre. No era sueño. Era algo más sutil: una especie de vértigo sin caída.
Miré el reloj de la pared.
Estaba detenido.
Las agujas marcaban las tres con quince. Exactamente. Inamovibles. Eternas.
Lo curioso fue que no me sorprendió.
Llevaba días sin saber si era