Christopher
Hay silencios que pesan más que las palabras. Lo sé porque llevo uno dentro desde hace tanto tiempo que se ha convertido en parte de mí, como una sombra que me sigue a todas partes. Esta mañana, mientras observo a Emily preparar el desayuno con movimientos mecánicos, ese silencio parece más pesado que nunca.
Sus ojos evitan los míos cuando le acerco una taza de té. Está en su séptimo mes y los trillizos la hacen moverse con lentitud, como si cargara el mundo entero en su vientre. En cierto modo, así es.
—He pensado que podríamos terminar la habitación de los bebés este fin de semana —digo, intentando que mi voz suene casual—. Faltan algunos detalles en las cunas.
Emily asiente sin mirarme. —Claro.
Un monosílabo. Es todo lo que obtengo últimamente. Desde aquella noche en que casi nos besamos, ha levantado un muro entre nosotros. No la culpo. Yo también he construido el mío, ladrillo a ladrillo, durante años.
—He traído algo —añado, sacando un pequeño paquete de mi maletín—.