Con manos temblorosas, Samantha sostenía la carta que su abuelo le había dejado. Sentía que una parte de su alma había muerto con Sebastián, pero ahora, al tener entre sus dedos aquel sobre escrito de su puño y letra, algo dentro de ella parecía renacer.
 —Samy, si querés leerla ahora... —le dijo Martín apoyándole suavemente la mano en el hombro.
 Ella lo miró con sus ojos húmedos. La emoción que la embargaba era tan grande que apenas podía hablar.
 —La última vez que hablé con él —dijo con voz baja y trémula—. Me dijo que no me preocupara, que se pondría bien y seguiría luchando para recuperar lo que había perdido —Sollozó, secándose las lágrimas—. Días después, cuando llamé... el ama de llaves me dijo que el abuelo había muerto.
 Incapaz de contenerse más, se derrumbó en llanto. Martín la sostuvo de inmediato abrazándola. En ese momento se dijo a si mismo que nunca más dejaría que nadie le hiciera daño, que la protegería de cualquiera, incluso de su mejor amigo.
 —¿Por qué Martín?