Capítulo 05
No sé por qué… pero en su voz oí algo más que enojo. Había incredulidad. Como si el fondo, Daniel no creyera del todo lo que acababa de oír.

Estaba por responder, cuando escuché la risa suave de Victoria detrás de él.

—Ay, Daniel, eres tan ingenuo… ¿tú crees que Regina, tan obsesionada contigo y con el bebé, no haría todo por salvarlo?

De inmediato, el tono de Daniel cambió, tornándose frío como el acero.

—Regina, me das asco. Nunca imaginé que pudieras ser tan cruel. ¿Ahora usarás al bebé para chantajearme? ¡Ya basta! Te casaste conmigo por obligación. Manipulaste el vínculo del alma solo para atarme a ti. ¿Y ahora sales con esto? Te lo diré de una vez: ¡si sigues con tus juegos, te rechazaré oficialmente!

Se quedó esperando. Esperaba que le suplicara, que llorara, que me rindiera… pero lo único que obtuvo fue mi repuesta, suave, firme, liberada:

—Está bien. Acepto el rechazo.

Dicho esto, colgué sin más y, con el colgante en la mano, regresé a casa.

Daniel no apareció en días. Parecía convencido de que mi silencio era un acto de orgullo herido y que, tarde o temprano, volvería a buscarlo.

Sin embargo, empezó a llenarme el celular con mensajes:

«Si no regresas con el bebé en diez días, voy a cortar el vínculo, como quieres. Lo haré público en Valdemonte. Victoria será reconocida como mi verdadera compañera.»

Al ver que no respondía, empezó a enviarme un reporte diario.

Día 5: Baile con Victoria.

Día 6: Visita a sus padres.

Día 7: Joyería para pedir un collar de Luna personalizado.

Pero yo seguí sin responder. Ni siquiera me molesté en abrir un solo mensaje.

Mi cuerpo ya había sanado lo suficiente, por lo que me dirigí directo con el Rey Lobo y le pedí que rompiera de forma oficial el vínculo de apareamiento entre Daniel y yo.

Tras esto, fui a ver a Gael Ramírez.

No sabía por qué, pero en lo más profundo de mí… confiaba en que él jamás me abandonaría.

—Quiero volver a la manada Luna Negra. Mis estrategias militares aún pueden ser útiles.

Él asintió, y, con una mirada significativa, me dijo:

—Incluso si no valieras nada, Regina… yo siempre guardaría un lugar para ti.

No entendí del todo sus palabras. Pero después de despedirme, volví a la antigua casa donde mi madre vivía antes de casarse.

Una vez allí, empecé a empacar todo lo que Daniel me había regalado en aquellos quince años: cada detalle barato, cada símbolo vacío… y le entregué una carta al mensajero, junto a las pruebas que demostraban cuál era la verdad.

La verdad que Daniel nunca quiso recordar: que habían sido mi padre y Natalia quienes lo habían traicionado, quienes lo habían entregado al enemigo en su lucha por el liderazgo de Valdemonte, y había sido torturado.

Y él, como resultado, había perdido la memoria por el trauma.

Aunque la gente le dijo que yo lo había salvado, él nunca lo creyó del todo. Y yo… por miedo a causarle otra crisis, nunca le conté que fueron ellos quienes lo empujaron al borde del abismo.

Ahora me doy cuenta. ¡Qué ridícula había sido!

Tan temerosa, tan sumisa… tan estúpidamente enamorada.

Días después, mientras ayudaba a los habitantes de la manada Luna Negra en tareas de reconstrucción, una anciana me pasó unos documentos escondidos entre los víveres, los cuales les envié a Gael.

Después de eso, algo en mí se rompió del todo.

Ya no quedaba ni una pizca de amor por Daniel. Solo asco.

Fue justo en ese instante cuando recibí su último mensaje:

«Me enteré de que estás dejando la manada Luna Negra. ¿Estás volviendo a casa? Faltan seis días para que acabe el décimo día. Si antes de eso traes los postres favoritos de Victoria, consideraré darte tres horas más.»

No respondí, sino que me limité a sonreír.

Empaqué todas sus baratijas y las envié por mensajería urgente.

Y con eso, rompí el último hilo que nos unía.

Desde ese momento, Daniel, Victoria, mi padre, Natalia…

Ya no tenían nada que ver conmigo.

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