No quería verlos más.
No quería respirar el mismo aire que ellos.
Así que di media vuelta y salí de la mazmorra sin mirar atrás.
Gael me siguió en silencio.
Cuando mis piernas ya no pudieron sostener el peso de tanto dolor,
me desplomé y solté un llanto seco, silencioso, de esos que queman por dentro.
Él dudó por un segundo.
Pero terminó rodeándome con sus brazos,
acariciándome la espalda con una ternura que desarmaba.
***
Cuando al fin pude calmarme, me di cuenta de lo íntima que era la escena.
Me separé de su pecho con cierta torpeza,
incómoda por lo que acababa de suceder.
Pero él solo me miraba con esa paciencia cálida que lo caracterizaba.
Fue entonces cuando recordé algo.
Algo que me heló la sangre.
—Gael…
Antes dijiste que me viste llorar junto al árbol seco fuera de la ciudad.
¿Cómo sabes eso?
Solo había una persona que compartía ese lugar conmigo.
Mi rincón secreto,
mi santuario de niña.
Allí donde, con el rostro lleno de lágrimas,
yo encontraba consuelo en un niño enmascarado