Capítulo 02
Después de convertirme en beta, rechacé el vínculo que la Diosa de la Luna había dispuesto entre Daniel González y yo. Pero ese viejo antifaz colgado en su cinturón... hizo que comenzara a fijarme en él de nuevo.

En una batalla, Daniel fue acorralado al borde de un acantilado, y acabó con varias flechas clavadas en su cuerpo. Por eso, para darle la oportunidad de escapar, me lancé contra el enemigo, pero el muy maldito anticipó mis movimientos… y me atravesó con una daga oculta.

La plata líquida entró directo a mi corazón a través de mi sangre.

Aunque la chamana logró mantenerme con vida… perdí mi alma de loba, y quedé en coma durante un año entero.

Todos sabían que había sido herida por protegerlo. Y Daniel, por compensación, no tuvo más remedio que casarse conmigo.

—¿De verdad crees que sacrificarse garantiza el amor? —me dijo Gael Ramírez, el alfa de la manada Luna Negra, cuando entregué mi renuncia—. Solo quebraste las garras más filosas de nuestra especie.

Negué con terquedad.

Aquellas noches de mi infancia, cuando mi madrastra me azotaba sin razón, fue ese chico de la máscara de madera, fuera de la ciudad, quien me dio fuerzas con sus palabras. Él fue todo lo que tuve.

Pero cuando desperté y supe que, durante mi inconsciencia, Victoria había estado día y noche al lado de Daniel… Que ella, con su dulzura, se había adueñado de todo su corazón…

Empecé a arrepentirme.

Mi mente volvió al presente cuando vi que Gael me estaba llamando por videollamada.

En la pantalla, sus ojos verdes oscuros me miraban con una intensidad que no supe descifrar.

—Te ves... más desgastada de lo normal.

—¿Me llamaste solo para revisar la salud de tu ex beta? —le respondí con sarcasmo.

Sabía que no se ofendería. Siempre había sido paciente conmigo, incluso en los entrenamientos más duros.

Éramos un dúo perfecto en el campo de batalla.

Pero desde que me había casado y había dejado el cargo, algo cambió. Ahora era más... distante.

—Hubo un sismo en la zona oeste del territorio Luna Negra. Necesito que vayas con los guerreros a evaluar los daños y ayudar a los afectados.

La manada Luna Negra era también la tierra de mi madre, por lo que acepté la misión.

Estaba por organizar al equipo, cuando me llegó un mensaje privado de Victoria.

Una foto.

Su mano, entrelazada con la de un hombre. Ambos lucían anillos de pareja en el dedo anular.

«Regina, al fin entiendo lo que se siente ser una novia feliz. ¿Vas a desearme lo mejor, cierto?»

No hizo falta ver el rostro del hombre. Reconocí al instante esa cicatriz sobre el dorso de la mano.

Era Daniel.

La misma herida que se había hecho al protegerme de una pelea durante nuestro matrimonio, cuando alguien cuestionó mi valor como su compañera.

Yo pensaba que esa cicatriz… era una prueba de que me quería.

Pero ahora lo entendía…

Victoria estaba justo detrás de mí ese día. Todo había sido una ilusión. Una estúpida fantasía mía.

Tragué el nudo en mi garganta, escondí el dolor como pude y me preparé para cumplir mi deber.

Llegamos a la zona afectada con los guerreros, comprobando, casi de inmediato, que los daños eran graves.

Mientras atendía a los heridos, algo no me cuadraba. Había explosivos antiguos desperdigados, como si alguien hubiera detonado una mina.

Y, justo cuando esa sospecha cruzó mi mente…

¡Pum!

Una patada brutal me lanzó al suelo. Caí sobre los escombros y la grava suelta, desgarrándome la piel de las manos y la cara.

Sentí el ardor de la carne expuesta antes de oír una voz familiar, llena de odio.

—¿Viniste hasta acá para atraparlo con las manos en la masa, Regina? —rugió Jesús Vázquez… mi propio padre.

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