Uno más.
—Dante… Dante… —La voz de Isabella rompía el silencio denso que llenaba la estrecha cabina de vinos.
Él estaba de espaldas, fingiendo interés en una de las estanterías. Sus dedos acariciaban distraídamente el cuello de una botella, como si de repente fuera lo más fascinante del mundo.
Desde que Lorenzo había partido a su videoconferencia, absorto de lo que pasaba en su entorno y, Valeria se había marchado con Leila a alguna Joyería, ambos se habían quedado brevemente solos en la cabaña. Pero eso no significaba que estuvieran juntos. Dante la había estado ignorando durante los últimos minutos, refugiándose en su silencio, en su aparente concentración en los vinos. Como si eso pudiera apagar el fuego que aún ardía entre ellos.
—Dante… —repitió Isabella con voz más baja, casi en un suspiro.
—¿Qué quieres, Isabella? —preguntó al fin, sin dignarse a mirarla. Su voz sonó fría, indolente. Y ese tono a Isabella… le dolió.
—Ya basta, Dante. Sé que estás molesto porque te ignoré, pero dime… ¿qu