—Bueno, acabo de llegar de Nueva Orleans y me llamas a tu despacho como si fueras a regañarme, tío —dijo Dante, su voz profunda resonando en el amplio despacho, sentándose en el amplio sofá color marrón.
—Para nada, sobrino, para nada —respondió Lorenzo con una sonrisa afable, palmeándole el hombro derecho con afecto.—Solo quería hablar contigo sobre algo… importante.
—Bien, espero que no sea nada malo. Sé que he faltado a la universidad y que mis estudios están atrasados, pero te prometo que en seis meses estaré al día, listo para entrar en tu empresa.
Lorenzo agitó una mano en el aire, restándole importancia.
—Lo sé, lo sé. No quiero hablar de eso.
—¿Entonces? — Dante lo observó con cautela.
Lorenzo tomó un sorbo de vino antes de hablar, sus ojos fijos en la copa como si estuviera reflexionando cada palabra.
—Quiero hablarte de que… pienso volver a tener una esposa.
Dante soltó una carcajada, esperando que todo fuera una broma.
—¿Qué? —dijo, divertido, pero al ver el rostro serio de su tío, la risa murió en su garganta—. Por Dios… no estás hablando en serio.
—No, Dante, sí estoy hablando en serio. Pienso volver a tener una relación. Han pasado más de quince años desde que Alexandra murió, y creo que ha llegado el momento de rehacer mi vida.
El silencio que siguió a esas palabras fue casi palpable mientras intentaba asimilar lo que su tío acababa de decir.
—¿De verdad crees que es el momento?
—Sí, lo creo.
Dante suspiró, pasándose una mano por el cabello oscuro.
—Bueno… no queda más que apoyarte, supongo —dijo finalmente, levantándose para abrazar a su tío.
Aunque sus palabras parecían de aceptación, una sombra de inquietud se agitaba en su interior.
—No te niego que me toma por sorpresa, pero ahora que lo pienso… —hizo una pausa, recordando algo—. En los videos de la boda que me salté, te noté muy cercano a ella.
Lorenzo asintió lentamente, como si estuviera esperando que Dante lo entendiera.
—Sí… ¿Lo notaste?
—Sí, como que noté que tú y Vale…
—Isabella.
—¿Qué? —dejó la oración a medias y Dante frunció el ceño, intentando recordar mejor—. Espera… No, no puede ser… ¿Estás hablando de Isabella Velarde?
Lorenzo sonrió con calma, cruzándose de brazos.
—Así es.
Dante se puso de pie nuevamente de un salto, casi derramando la copa medio vacía que había en la mesa.
—¡Espera, espera! —dijo, incrédulo—. ¿Estás diciendo que te vas a casar con Isabella Velarde? La hermana de Penélope, que fue mi exnovia y me odia a muerte. ¡No puede ser!
—Por favor, Dante, no hables así —dijo Lorenzo, su tono calmado en contraste con la reacción de su sobrino—. Ustedes no se odian. Solo se llevan mal por tu separación con Penélope hace meses. Todas esas tonterías que hiciste… Ya sabes cómo son las cosas.
Dante comenzó a caminar de un lado a otro, pasando una mano nerviosa por su cabello.
—Lo sé, pero con Isabella… ¿Por qué? ¿Cómo llegó a esto? —preguntó, incrédulo, mirando a su tío con los ojos muy abiertos—. No puedo entenderlo.
Lorenzo suspiró, como si ya hubiera anticipado, cada reacción de Dante.
—Porque nos amamos, Dante. Y sé que soy mayor que ella, pero eso no es un obstáculo.
Dante negó con la cabeza, incrédulo. La situación le parecía cada vez más surrealista.
—Esto no va a tomarlo bien nadie de la familia, tío… tu hija, sobre todo. Sabes cómo es.
—Ella lo entenderá con el tiempo. Pero necesito que tú estés de mi lado, Dante. Solo quiero ser feliz, y necesito tu apoyo.
Dante tragó saliva y habló:
—Está bien… Lo entiendo —murmuró, aun procesando todo lo que acababa de oír.
Lorenzo sonrió, aliviado.
—Gracias, sobrino. Esta noche hay una cena en casa de los Velarde. Quiero que vengas conmigo. No quiero enfrentarme a Valeria solo cuando le hable sobre la propuesta de matrimonio.
Dante levantó una ceja, sorprendido.
—¿Valeria? No va a gustarle esto. Ella parece estar interesada en ti.
Lorenzo soltó una carcajada seca.
—Pero yo no en ella. Así que… ¿Me acompañas? Dante suspiró de nuevo, resignado.
—Sí, te acompaño.
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—¿Por qué diablos tenía que tener una relación con ella? ¿¡Por qué!? —gritó Dante, su voz agitada, mientras golpeaba con furia el saco de boxeo que colgaba en su habitación.
Desde que terminó de hablar con su tío, una oleada de rabia lo había invadido, empujándolo a refugiarse en su habitación bajo la excusa de "arreglarse" un poco más para la cena. Sin embargo, no había hecho más que desquitarse contra el saco, incapaz de encontrar una salida para la frustración que ardía en su pecho.
—¡Esto es una m****a! —rugió, golpeando de nuevo con más fuerza—. De todas las mujeres, ¡te tenías que meter con ella, con Isabella, con esa mujer a la que odio! —Cada palabra estaba cargada de veneno mientras sus puños seguían impactando contra el saco, hasta que finalmente sus golpes perdieron fuerza, y se dejó caer pesadamente sobre la cama, exhausto tanto física como emocionalmente.
Se quedó mirando el techo, su respiración agitada resonando en el silencio de la habitación.
—Esto no puede estar pasándome…—murmuró, hablando para sí mismo como si el sonido de su propia voz pudiera darle algún tipo de respuesta—. ¿Qué diablos te pasa, Dante? Si tanto la odias, ¿por qué te enfurece tanto que esté en una relación con tu tío?
El eco de esa pregunta resonaba en su cabeza, pero ninguna respuesta parecía suficiente. Cerró los ojos con fuerza, intentando ahogar los pensamientos que lo atormentaban, pero el enojo seguía ahí, una constante punzada que no podía ignorar.
Giró la cabeza hacia la mesita de noche y vio una revista de farándula.
La tomó de mala gana, esperando distraerse, pero al abrirla y ver una foto de la boda de Penélope a la cual asistió su tío, en la que estaba demasiado cerca de Isabella, algo en su interior estalló. Sin poder contenerse, lanzó la revista contra la pared con una fuerza que sorprendió incluso a él mismo.
—¡Cómo odio este maldito sentimiento! —gruñó, apretando los dientes—. Odio que el viaje no funcionara, odio que ella siga aquí, y sobre todo… ¡Cómo te odio, Isabella Velarde! — Las palabras salieron entre dientes, casi como un susurro cargado de dolor.
Se levantó de golpe, sin pensar, y volvió a descargar su frustración sobre el saco de boxeo. Golpe tras golpe, sintiendo que el dolor físico era la única forma de apagar el caos emocional que lo consumía. Pero, por mucho que lo intentara, no lograba deshacerse de ese nudo en el pecho. Su respiración se volvió errática, y sus ojos se cerraron con fuerza mientras los golpes se volvían cada vez más débiles.
Finalmente, se detuvo, apoyando la frente contra el saco. Su corazón latía con fuerza, no por el esfuerzo, sino por la mezcla de emociones que lo estaban destrozando por dentro. El peso de la confusión lo hundía cada vez más.
¿Por qué le afectaba tanto que Isabella estuviera con Lorenzo? ¿Por qué no podía dejarlo pasar?