Negación.

—Pienso que es una horrible idea que yo entre a esa casa. —La voz de Dante temblaba con una mezcla de ansiedad y resistencia mientras se detenía en la entrada de la mansión Velarde.

—¿Pero por qué dices eso, Dante? —preguntó Lorenzo, mirándolo sin entender.

 Ambos estaban en el umbral de una noche que prometía ser decisiva, pero para Dante, cada paso que se acercaba a la puerta era un golpe de ansiedad.

—Yo… —Las palabras se agolpaban en su mente, hirviendo a punto de estallar, pero se contuvo. —Solo pienso que es mejor que entres tú solo.

—Claro que no, Dante. Eres mi sobrino, y quiero que me acompañes en este paso, por favor.

Dante, sintiéndose atrapado, cuando su tío comenzó a caminar, lo detuvo del brazo con una mezcla de frustración y resignación.

—¿Qué pasa? —preguntó Lorenzo, su mirada indagadora y preocupada.

—Nada, yo… Solo estoy feliz por ti… —Las palabras salieron entre dientes, casi como un susurro.

Pero no podía engañarlo; no podía engañarse a sí mismo. La verdad era que la felicidad de su tío le parecía una traición, un golpe en el corazón.

—Ya. — Lorenzo sonrió, una sonrisa que era una mezcla de confianza y expectativa. —Vamos, no pasa nada. Entremos ya. —dijo, comenzando a avanzar hacia la puerta, dejando a Dante detrás, sumido en un mar de pensamientos.

Mientras su tío se adentraba en la casa, Dante se quedó un segundo atrás, paralizado por la confusión.

—Esto es una porquería… —murmuró para sí mismo, intentando calmar el torbellino de emociones que amenazaba con abrumarlo.

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—Espero que no me hagas pasar vergüenza esta noche, ¿eh, Isabella? —murmuró Valeria entre dientes, sentada en el sofá de la casa, con una postura impecable y un vestido elegante que irradiaba poder.

Isabella, que estaba a su lado, la miró con una mezcla de irritación y resignación.

—No haré tal cosa, madre.

—Contigo nunca se sabe, Isabella. —Valeria hizo una pausa, mirando fijamente a su hija. —Espero que no me trates de cazafortunas delante de él.

Isabella se encogió de hombros, su tono ahora afilado.

—No lo haré, total, yo sé perfectamente que solo quieres estar con Lorenzo por su dinero.

Valeria levantó una ceja, sin molestarse en ocultar su desprecio.

—¿Y tú no harías lo mismo?

—Nunca haría algo así —respondió Isabella, con frialdad.

—Eso no te lo crees ni tú, querida. —Valeria se puso de pie con una sonrisa victoriosa, mirando a su hija desde arriba. — Lorenzo es el hombre más rico del país, dueño de las mejores empresas. Sabemos que lo harías sin dudarlo. Al fin y al cabo, somos la misma gota de agua...

Las palabras de Valeria cayeron como una sentencia. Isabella sintió un impulso de gritarle, de decirle todo lo que llevaba dentro, pero en ese momento, el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo la tensión.

Penélope y Nicolás se apresuraron a abrir, y segundos después, Lorenzo y Dante hicieron su entrada.

—Don Lorenzo, gracias por venir, y gracias también por los regalos de la boda —dijo Penélope con una sonrisa de cortesía.

—Es un placer, señorita Penélope —respondió Lorenzo, devolviéndole la sonrisa con amabilidad.

—Bueno… —intervino Nicolás. —¿Le gustaría una copa de vino?

—Claro, me vendrá bien para los nervios — respondió Lorenzo con una ligera risa, caminando hacia el fondo de la sala junto a Nicolás y Penélope.

En su intento de capturar la atención de Lorenzo, Valeria se acercó rápidamente y lo tomó del brazo con un toque posesivo, sin siquiera preguntarle.

Mientras los demás se alejaban hacia el fondo de la sala, Isabella permaneció sentada en el sofá, con la mirada perdida. Hasta que de repente sus ojos se encontraron con los lapislázulis de Dante, que seguía en la puerta.

Ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir, hasta que finalmente Isabella rompió el hielo.

—¿Volviste de Nueva Orleans?

—Sí, antes de lo que imaginabas, Isabella — respondió Dante, su tono sarcástico.

—Ya veo… Pensé que te quedarías para siempre.

—Esa era la idea —dijo Dante, dando un paso más hacia ella—, pero mi tío me necesitaba.

—¿Para qué iba a necesitar a un mujeriego como tú?—preguntó Isabella, su tono cargado de veneno. —Después de todo, engañaste a mi hermana Penélope hace meses con varias mujeres, ¿recuerdas?

Dante la miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de ira contenida y dolor.

—No lo sé… Quizás me necesitaba para enfrentarse al hecho de que se va a relacionar con una bestia como tú. — Su tono fue cortante, y se sentó a su lado en el sofá, mientras Isabella tomaba un sorbo de vino con una sonrisa burlona.

—Oh, ¿ya sabes del matrimonio? —preguntó Isabella, como si estuviera disfrutando del juego.

—Así es, y algo me dice que a tu madre no le va a gustar.

—Me importa muy poco si no le gusta.

Dante apretó los labios y la miró fijamente, su mente llena de recuerdos.

—Parece que disfrutas lo que va a pasar en unos minutos, ¿no?

—Puede ser… — Isabella se encogió de hombros, su actitud indiferente.

—Ya…—murmuró, mordiéndose el labio inferior con frustración.—  Olvidas todo muy rápido, ¿cierto?

—¿De qué hablas? —preguntó ella, aunque en el fondo sabía exactamente a qué se refería.

—Sabes perfectamente de qué hablo, Isabella —dijo Dante, con una mezcla de rabia y tristeza en su voz.

Un silencio pesado cayó entre ambos, el pasado aun flotando entre ellos.

Dante habló de nuevo:

—Isabella, ¿en serio te vas a ser la esposa de él?

Isabella abrió la boca para responder, pero en ese momento, Lorenzo y los demás volvieron a la sala.

La tensión entre ella y Dante quedó suspendida, pero no desapareció.

 Se mantuvo allí, palpable, como una sombra que los seguía a ambos mientras la velada continuaba.

—Bueno, gracias por la copa de vino, pero me gustaría decir algo de una vez —dijo Lorenzo, intentando mantener la calma, aunque la ansiedad se le escapaba en el tono de su voz.

—¿Qué sería? Ya siento curiosidad—intervino Isabella, poniéndose de pie con elegancia, intentando dejar atrás la intensa tensión que seguía sintiendo cada vez que Dante la miraba.

—Cariño, no seas imprudente. Deja que hable cuando esté listo —murmuró Valeria entre dientes, mirando a Isabella con desaprobación.

—No, no pasa nada —interrumpió Lorenzo rápidamente, queriendo calmar cualquier posible conflicto antes de que comenzara. Sus ojos se posaron en Valeria, y tomó un respiro profundo. —Bueno, señora Valeria…

—¿Sí?

—Usted sabe que he estado mucho tiempo solo — comenzó Lorenzo, su tono más suave, mientras tomaba las manos de Valeria entre las suyas—, y durante ese tiempo me he sentido aislado del amor y la paz.

Valeria sonreía, segura, de que sabía hacia dónde se dirigía esa conversación. Sentía el calor de sus manos en las suyas, una señal de lo que tanto había esperado.

—Así es… —respondió ella, casi en un susurro, sin dejar de sonreír.

Lorenzo continuó, aunque su voz traicionaba su creciente nerviosismo.

—Pero creo que ese tiempo debe llegar a su fin.

—Eso creo…

—Entonces, señora Valeria, lo que quería decirle es que… quiero ser el esposo de su hija Isabella.

El impacto de esas palabras cayó como una bomba en la sala. La sonrisa de Valeria desapareció en un instante, su rostro palideció, y su cuerpo tembló ligeramente. No podía procesar lo que acababa de escuchar. Mientras tanto, desde atrás, Isabella sonreía victoriosa, saboreando cada segundo del momento.

Valeria abrió la boca, pero las palabras no salían. Todo lo que había imaginado, todo lo que había creído que iba a suceder, se desmoronaba frente a sus ojos.

Su mirada desesperada buscó a Lorenzo, como si esperara que se corrigiera, que dijera que había cometido un error.

Pero no lo hizo.

—No puede estar hablando en serio, señor Lorenzo—la voz de Valeria temblaba, una mezcla de rabia e incredulidad.

Las palabras se le atragantaban en la garganta mientras miraba a Lorenzo con ojos desorbitados, incapaz de aceptar lo que acababa de escuchar.

—Sí, estoy hablando en serio, Valeria. No hay nada que quiera más que pasar mis días junto a su hija Isabella.

—Pero… ¿cómo se le puede pasar esa idea por la cabeza? —Valeria intentaba contener las lágrimas y el enojo que subían con fuerza, pero su voz traicionaba su vulnerabilidad.

Desde atrás, Isabella sonreía, disfrutando de la escena. Dio un paso al frente, desafiando a su madre.

—Madre, don Lorenzo, vino a contarte, no a pedirte permiso.

Valeria la miró con incredulidad, el color de su rostro cambiando del enojo a la desesperación.

—Pero… ¡Él fácilmente te dobla la edad, Isabella!

—Ya lo sé —interrumpió Lorenzo con calma, consciente de la tormenta emocional que se desataba en Valeria.

—¡Ella tiene la misma edad que Dante! —gritó Valeria, su voz ahora llena de indignación. —Si me dijeras que Dante quiere ser el esposo de ella, sería diferente, por Dios.

El nombre de Dante llenó el silencio de la sala como una sombra pesada. Isabella y Dante, que habían estado intercambiando miradas desde el otro lado de la sala, se volvieron a mirar, esta vez con una intensidad que ninguno de los dos pudo evitar. Los ojos azules de Dante brillaban, pero no de alegría, sino de un dolor profundo y reprimido que solo Isabella parecía notar.

—No me disgustaría la idea… —murmuró Dante, casi en un susurro.

Su voz era apenas audible, pero lo suficientemente clara como para que Isabella lo escuchara.

Las palabras salieron cargadas de sinceridad, y ella, sorprendida, no supo qué responder. El aire entre ambos se volvió denso, cargado de emociones y deseos no confesados.

 Isabella habló, tratando de evitarlo:

—Madre, la diferencia de edad no nos importa. Acepta la realidad.

Valeria dio un paso hacia adelante, el rostro enrojecido por la ira. Por un segundo, pareció que iba a levantar la mano para darle una bofetada a Isabella, pero Penélope, siempre alerta, se interpuso rápidamente entre ellas.

—¡Esta conversación se ha acabado!—gritó Valeria, su voz ahora cargada de furia impotente. Miró a Lorenzo y luego a Dante, su rostro endurecido por la frustración. — Quiero a usted, señor Lorenzo, y a Dante, fuera de mi casa.¡Ahora!

Sin esperar respuesta, Valeria giró sobre sus talones y salió de la sala, dejando un silencio tenso y pesado tras ella.

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