Enfermedad.
—Señorita Isabella, la cena ya está lista —anunció Leticia desde las escaleras, con la voz templada, pero clara, justo en el instante en que Isabella descendía los últimos escalones.
Isabella se detuvo en seco al verla. Leticia subía con una bandeja entre las manos, cuidando cada paso como si la porcelana pudiera romperse con solo mirarla.
—Gracias, Leticia —respondió Isabella, girándose levemente para observarla. Sus ojos se clavaron en la bandeja, y la curiosidad le ganó antes de pensarlo dos veces—. ¿Qué llevas ahí?
Leticia se detuvo en el quinto escalón, ajustando con delicadeza el borde del paño sobre la charola.
—Es consomé de pollo. Para el joven Dante.
El corazón de Isabella dio un pequeño salto. Intentó no mostrar nada, pero su voz la traicionó con una vacilación apenas perceptible.
—¿Dante? ¿Ya regresó a la finca?
—Sí, volvió hace un rato —respondió Leticia, bajando un poco la mirada—, pero no se siente muy bien.
—¿Qué le pasó?
—Parece enfermo. La lluvia de esta tarde… tal v