La luz del amanecer entró a través de las ventanas del estudio, bañando el lienzo que Elena aún no había terminado. La restauración estaba en pausa, pero no su cabeza. Nunca estaba en pausa.
La noche anterior había quedado grabada en su piel, el roce de sus labios, su aliento sobre su cuello, las palabras que se quedaron suspendidas entre ambos. ¿Y si lo cambia todo?, había dicho él. Pero el miedo era más grande que cualquier respuesta. Era más grande que la necesidad de lo que alguna vez fueron. Ella no había venido aquí para volver a caer en su juego. No podía. No. Se obligó a levantar la vista. El retrato de su madre estaba ante ella, con los colores aguados por el tiempo y el olvido. ¿Qué secretos guardaba ese lienzo? Y entonces recordó el último trabajo que hicieron juntos, años atrás, cuando aún se hablaban sin miedo. Cuando la pintura no era solo su refugio, sino su lenguaje, su forma de entenderse. En esos tiempos, podían estar horas frente a un cuadro, y aun sin palabras, se entendían.Tres años antes.
-La pintura es un reflejo de lo que somos -le dijo Elena, con la brocha en la mano, mirando el lienzo que había comenzado en su estudio. Alejandro estaba al otro lado de la mesa, con una copa de vino en la mano. -Es más que eso -respondió él, observándola con la intensidad que siempre la había desarmado-. Es lo que quisiéramos ser. Elena rio suavemente, pero algo en su interior sabía que había algo en esa afirmación que no podía dejar ir. Cuando él hablaba así, con tanta seguridad, con esa mirada que parecía ver más allá de las palabras, ella no podía evitar sentirse pequeña. Y a veces, la quería más que a nada en este mundo. -Nunca entendí por qué te alejaste -dijo él, rompiendo el silencio en la memoria. Elena sintió un peso en el pecho. Aquella noche, después de la cena, había querido confesarle lo que había descubierto. Quería decirle que todo lo que habían construido juntos no era suficiente para detener el caos que se estaba formando. Pero no lo hizo. -Porque no podía seguir viéndote destruirte, Alejandro. Tú... no sabes lo que es cargar con algo tan grande que amenaza con acabar contigo. Él la miró fijamente. La tristeza era palpable en sus ojos. -Yo solo quería estar contigo. Elena sintió que el tiempo se suspendía. Algo la atravesó por completo, y por un momento, deseó que las palabras nunca se hubieran ido.Elena respiró hondo, empujando el recuerdo hacia atrás, como una ola que no quería derramar más de lo que ya había hecho. Pero el regreso a esa mansión, la cercanía de Alejandro, lo estaba desenterrando todo.
Se levantó del banco donde había estado sentada, buscando algo que hacer, cualquier cosa que la distrajera. Al final, solo quedó el lienzo frente a ella. ¿Era esta su oportunidad para recuperar lo que había perdido? ¿O solo una excusa para caer de nuevo en sus redes?La puerta del estudio se abrió sin previo aviso. Elena se giró rápidamente. Alejandro estaba allí, con la mirada fija en ella, pero algo había cambiado. No era la misma intensidad de antes. Había algo diferente, algo que la hizo sentir más incómoda que antes.
-Elena -dijo su nombre como si lo estuviera evaluando, midiendo la distancia entre ellos, algo que no había hecho en años-. Necesito hablar contigo. Ella cruzó los brazos, sin dejar de mirarlo. Estaba cansada de las palabras no dichas, de los silencios incómodos que llenaban cada rincón entre ellos. Quería ir directo al grano. Si iba a estar aquí, que fuera por algo real. -¿Qué quieres, Alejandro? -preguntó, sin suavizar la voz. Él dio un paso hacia ella, y por un segundo, Elena temió que lo hiciera de nuevo. Ese paso que la había despojado de su voluntad tantas veces. Pero se detuvo a medio camino, como si aún estuviera esperando que ella se rindiera primero. -No quiero hacer esto difícil -dijo finalmente, con un tono más suave, más cansado-. Pero necesito saber... ¿por qué volviste? Elena lo miró con una intensidad que solo él había logrado despertar en ella. -No volví por ti. Volví porque el dinero me ayudó a salir de un hoyo en el que estaba metida. Y porque este cuadro, Alejandro... no es solo una pintura. Es una historia. La nuestra. Él la observó, con la duda visible en sus ojos. No estaba seguro de si creía sus palabras, pero algo en su expresión le decía que no podía dejarla ir tan fácilmente. Tal vez, nunca podría. -Sé lo que pasó. Lo que nos separó. Lo que te hizo irte. Pero no sé si me has olvidado o si, de alguna forma, estás aquí para terminar lo que nunca terminamos. Elena dio un paso atrás, sintiendo que el aire se hacía más denso, más pesado entre ellos. -No estoy aquí para terminar nada -dijo en voz baja-. Estoy aquí porque esto es lo único que sé hacer. Y porque si me quedo, no voy a salir más. Ya no sé si quiero seguir corriendo. Alejandro, al escucharla, dio otro paso hacia ella, acercándose lo suficiente para que Elena pudiera sentir su calor. Pero en lugar de tocarla, se quedó quieto. -Yo no quiero que sigas huyendo. No lo quiero más. Y fue ahí, en ese segundo, cuando Elena entendió que la guerra no estaba ganada, pero tampoco perdida. Que lo que había entre ellos nunca se cerró realmente. Había quedado ahí, a medio camino, como un lienzo inconcluso, esperando que alguien lo terminara.El pasado no perdona.
Elena lo sabía. Lo entendió perfectamente cuando vio a Alejandro en la mansión, tan diferente, pero al mismo tiempo, tan familiar. Todo lo que había guardado para sí misma, lo que había ocultado en su corazón, regresaba sin previo aviso. Los recuerdos que compartieron, las risas, las peleas, las promesas que nunca fueron dichas, todo comenzaba a tomar forma en su mente nuevamente. Pero la pregunta seguía allí, flotando entre ellos, como una nube densa que no se disipaba: ¿Por qué había vuelto?Una hora más tarde, Elena seguía observando el retrato, aunque ya no era el mismo. Algo había cambiado en ella mientras lo restauraba. No era solo pintura. Era la evidencia de un amor que había sido hermoso, pero que también había dejado cicatrices profundas. Y esa pintura, ahora deteriorada, era un reflejo de lo que había sido su relación: hermosa, pero rota.
Alejandro volvió a aparecer en el umbral, esta vez con un cambio en su postura, una decisión en sus ojos. -Voy a quedarme aquí, Elena. Si me dejas, si no te vas, si no sigues huyendo de lo que sentimos. Ella lo miró y suspiró. -No sé si puedo quedarme, Alejandro. -Tal vez... solo tal vez, podamos encontrar una forma de no seguir corriendo. La tensión entre ellos se volvió palpable de nuevo, pero había algo diferente. Algo que, quizás, valía la pena explorar.