El estudio olía a madera envejecida, aceite de linaza y secretos restaurados. La tarde se deslizaba lenta por los ventanales, adornando cada rincón con un resplandor cálido que parecía bendecirlo todo. Elena se encontraba de pie, frente al cuadro que le había llevado semanas a restaurar. Su mano descansaba en el marco, como si necesitara sentir su pulso, como si el arte pudiera confirmarle que no estaba soñando.
Los colores revividos brillaban con una honestidad nueva. El rostro de la señora retratada, antes oculto tras capas de barniz, resplandecía ahora con emoción. Sus manos entrelazadas. Sus ojos fijos, el uno en el otro. -¿Estás lista? -La voz de Alejandro, detrás de ella, era suave. Una caricia más que una pregunta.Elena no respondió de inmediato. Observó un instante más la obra y luego asintió.-Sí. Ahora sí, lo estoy.