Xavier estaba sentado en su sillón, con el teléfono en las manos y su mug lleno de refresco en el piso. Los disparos y sonidos del videojuego que estaba jugando se reproducían desde los parlantes de su teléfono, movía frenéticamente los dedos, sacando la lengua y mordiéndose los labios mientras jugaba. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de que su madre había llegado.
—¡Xavier! —le gritó apenas entró y vio que no estaba haciendo nada—. ¡Te dije que dejes ese teléfono y te pongas a lavar la ropa!
—¡Pero si ya lo hice! —le contestó su hijo.
—¡Lavar la ropa también incluye extenderla y colgarla para se seque! —le recriminó su madre—. ¡Deja ya mismo ese teléfono y haz tus obligaciones!
—¡Ya voy! —respondió Xavier con un tono que mezclaba fastidio y resignación, sin despegar la vista de la pantalla. Sus dedos seguían moviéndose frenéticamente sobre el teléfono.
—¡No me vengas con “ya voy”, Xavier! ¡Siempre dices lo mismo y no haces nada! —exclamó su madre, quitándole el teléfono de