Si tú mejoras, yo mejoro. Pero si caigo, te arrastro conmigo
—¿Qué demonios haces aquí, Helena? —preguntó Thomas, intentando mantener la calma.
—Vine porque no contestas mis llamadas, y no pienso esperar a que te dignes a responderme. Tenemos que hablar de Xavier. Ahora. —La voz de Helena era cortante, y sus ojos se clavaron en él con la intensidad de alguien acostumbrado a salirse con la suya.
Thomas resopló, sintiendo cómo la frustración burbujeaba en su interior.
—¿Y no podías esperar a que te devolviera la llamada? Si no te respondí era porque estaba en partido. Y ahora mismo estoy ocupada, Helena.
Ella lo miró con una mezcla de incredulidad y exasperación.
—¿Ocupado? Claro que sí. Siempre ocupado, Thomas. Tal vez si dedicaras menos tiempo a tus patrocinadores y a intentar venderle al mundo de que eres un hombre reformado podrías enfocarte más en ser el padre que tu hijo merece.
—¿Tú me vienes a dar a clases de paternidad a mí cuando no te pudiste dar cuenta de que tu hijo recién nacido estaba muriendo de hambre? ¿En serio?
—Permiso, ¿no? —