El café estaba casi vacío, con excepción de una pareja mayor que discutía bajito y dos estudiantes universitarios cargados de apuntes. Era demasiado temprano, y el café apenas sí había abierto sus puertas. El frío aún se resistía a abandonar la temporada primaveral y debía salir de su casa con una campera bajo el brazo, o sobre su cuerpo, si no quería enfermarse. Sophia eligió una mesa contra la pared, de esas con acolchado de cuerina resquebrajada y vista a la calle. No había dormido. No porque no lo hubiera intentado, sino porque su mente se había convertido en un cuarto sin luz, sin puertas, sin descanso.
John llegó puntual, con su campera negra de cuero que todavía conservaba olor a humo de cigarrillo ajeno. La abrazó en silencio, apenas unos segundos, y se sentó frente a ella. No preguntó nada. Solo esperó. Sophia, en cambio, no dijo palabra hasta que sacó de su bolso la hoja impresa.
—Lee esto primero.
La hoja estaba subrayada con lápiz, algunas frases encerradas en óvalos tembl